Las dos Españas de hoy

OPINIÓN

12 oct 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Las dos Españas de Machado conformaban un trágico dilema. Es decir, dos opciones simultáneas de las que -igual que las hijas de Elena- «ninguna era buena». Por eso aquellas dos Españas auguraban un futuro triste y violento, que finalmente estalló y nos dejó cicatrices todavía visibles e intensamente manipuladas. Nada que ver con las dos Españas de hoy, que son sucesivas -la de la crisis (2012-2014), y la del bloqueo (2016-2019)-, que, en vez de conformar un inexorable y fatal dilema, funcionan como los capítulos de una serie que primero nos hizo llorar y ahora nos invita a reír.

La retórica de la crisis describía España como «un país de mierda», con perdón, en el que el riesgo de pobreza abarcaba a la mitad de la población, muchos pasaban hambre, los niños iban al colegio sin desayunar, los jueces solo se dedicaban a desahuciar a pobres y encarcelar a poderosos, la Merkel nos quería anexionar al IV Reich, los parados se extendían como las velutinas, y el Gobierno se dedicaba a privatizar la sanidad, laminar la educación pública, arrasar las pensiones para favorecer los planes de ahorro, y a freír en impuestos a los pobres para entregarle el botín a los banqueros que habían quebrado. Habíamos vuelto a esa estupidez de «la España en blanco y negro», y todos teníamos la sensación de que -igual que en Casablanca, que también era en blanco y negro- el mundo se hundía a nuestro alrededor mientras nosotros nos enamorábamos.

Aunque nadie sabe ni cuándo ni por qué, aquella España desapareció del mapa, y, tras un paréntesis de dos años, apareció esta España de colores -como una bandera LGTBI- cuya retórica nos sitúa en el país del mundo en el que mejor se vive, con historia, cultura, patrimonio y lengua de valor universal. Crecemos más que Alemania, pisamos fuerte en una UE que le da la espalda a Merkel, y hemos cambiado las temáticas de la hambruna, los desahucios y el latrocinio de la banca por cosas tan aleccionadoras como este beneficioso bloqueo que nos salva del populismo, los gobiernos progresistas, la procesión del cadáver incorrupto de Franco, y el enjundioso debate sobre las virtudes de los Gobiernos de coalición, monocolores, tolerados o Frankenstein.

En la España de hoy -social, feminista, ecológica, igualitaria, tolerante, digna y chachipiruli- suben las pensiones, baja el paro, tenemos la mejor sanidad, producimos investigadores excelentes y muy solicitados, nos invaden los turistas, dialogamos con Torra, y somos el paradigma de todas las modernidades y bienestares. Por eso nuestra política es en todo banal, se pierde en tertulias de salón, y tiene las élites más vanidosas, fuleras y elegantes de Eurasia, que, liberadas del hambre y la pobreza, invierten todo su potencial en un barullo retórico y electoral intrascendente, tedioso y estéril.

En medio de ambas Españas está Rajoy, malo antes y buenísimo ahora, cuya herencia administra, con encomiable fidelidad, el gran Sánchez.