El Open Arms retrata a Pedro Sánchez

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

16 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Tiene suerte Pedro Sánchez de que solo resten 40 días para que el Parlamento decida si le otorga la confianza para ser investido o le permite concurrir de nuevo como candidato en unas condiciones muy ventajosas para él. De haberse alargado más esta situación de práctica interinidad en la que lleva ejerciendo como jefe del Ejecutivo desde que salió adelante la moción de censura contra Mariano Rajoy, es muy posible que toda la tramoya en la que ha convertido su mandato se derrumbara con estrépito. Más que a un ejercicio del gobierno, a lo que asistimos desde hace un año es a una formidable puesta en escena basada en maquinaria propagandística, para la que no ha dudado en abusar de todos los resortes del poder.

La habilidosa utilización de las encuestas del CIS en beneficio propio, junto con una campaña de puro agitprop puesta en marcha por un spin doctor sin más credo político que el de hacerse con el poder como Iván Redondo, ha instalado en el imaginario de una gran parte de españoles la sensación de que la llegada de Sánchez ha supuesto un gran giro político y económico. Lo cierto es que el balance de este año de Gobierno podría definirse como algo muy parecido a la nada. Y que la única medida trascendente que ha sido capaz de tomar, la subida del salario mínimo hasta los 900 euros, que a pesar de ser de justicia tiene una influencia negativa en la creación de empleo por más que se empeñen en decir lo contrario, ha sido capitalizada por Unidas Podemos. El resto es una combinación de demagogia, incompetencia, promesas incumplidas y altas dosis de soberbia. Franco sigue en Cuelgamuros, Cataluña es un polvorín igual o peor que el que se encontró, la economía da síntomas de flaqueza y las autonomías están económicamente ahogadas.

Entre los hagiógrafos de Sánchez, hubo incluso quien nos lo presentó como el gran líder europeo que se sentaba ya en la mesa de la alemana Merkel y el francés Macron, como si su sola presencia en el Ejecutivo bastara para otorgar a España un papel clave. Y hasta quien veía a Borrell como presidente de la Comisión Europea. El resultado, sin embargo, es que su fracasada alianza con Macron para doblegar a Merkel acabó en fiasco, con Francia aliándose con Alemania para controlar como siempre la UE y dejando a España en la cuneta.

La caótica política migratoria de Sánchez, acogiendo primero a los desdichados pasajeros del Aquarius y presentándose como abanderado de una nueva política permisiva con la inmigración, para tornarse luego en integrante del sector duro en esta materia que daba la espalda al Open Arms, y acabar aceptando posteriormente lo que decidan Francia y Alemania, es la metáfora perfecta del mandato de Sánchez. Propaganda, bandazos, falsas promesas y soberbia. Una receta que ha servido para que en un año el PSOE se destaque en las encuestas. Pero que, de haberse prolongado, habría hecho caer el telón para acabar en frustración y desencanto. Algo que, de seguir por el mismo camino, acabará ocurriendo tanto si es investido ahora como en noviembre.