Una incursión muy delicada del rey

OPINIÓN

Ballesteros | Efe

08 ago 2019 . Actualizado a las 12:03 h.

Llueve sobre mojado. Cuando Sánchez acumuló dos procesos electorales, para que el primero favoreciese al segundo, e hiciese posible una investidura sobre una magra cosecha de escaños, el rey no estaba obligado a aceptar esta trampa, y su deber era poner en marcha las consultas y la propuesta de investidura con independencia de que estuviesen en curso unas elecciones locales y europeas. Pero no lo hizo así. Y, al hacerle el juego a la calculada pachorra de Sánchez, se hizo corresponsable de un vacío de poder que ya apunta a las Navidades. El hecho de que el rey esté banalizando el procedimiento institucional de las consultas, que, en vez de mantener su propia dinámica y ser el desencadenante del proceso de investidura, se están convirtiendo en una variable dependiente -y solo protocolaria- de la estrategia de Sánchez, representa una grave fisura sistémica que es necesario evitar.

Desechada la investidura de Sánchez por los mismos que secundaron su atrabiliaria moción de censura, y no habiendo dudas de que la solución Sánchez exige un acuerdo con Unidas Podemos que solo plantea muy arriesgadas incógnitas, todos sabemos que -aunque haya posibles soluciones para hacer una investidura pro forma, y para que el Gobierno sempiternamente interino deje de serlo- solo es posible formar un Gobierno efectivo si Sánchez se cae del caballo en el camino de Damasco, experimenta una metanoia total, renuncia a sus juegos de resistencia, y comparte poder y programa con el centro-derecha, cosa que en este momento suena a disparatada quimera.

Salvo los millones de españoles que se informan de la política por los reality shows -entre los que no debería estar el Palacio de la Zarzuela-, todos sabemos que el dilema de España no es investidura sí/no, sino formar un Gobierno para el que en este momento solo hay la fachendosa propuesta del Sánchez -«gobierno del PSOE, o gobierno del PSOE»-, además de una insobornable y ciega obsesión por vivir un año más en la Moncloa. Y por eso la frase que pronunció el rey el pasado domingo -«lo mejor es encontrar una solución antes de ir a otras elecciones»- dista mucho de ser inocente, ya que, puestos en el gravísimo dilema de hacer nuevas elecciones o emprender la huida hacia adelante, la casa real opta por un apaño que solo favorece a Sánchez. Y eso, con independencia de cuál fuese la voluntad del rey, es una injerencia de enorme envergadura.

Muchos españoles queremos elecciones. Y tenemos derecho a que el rey no tercie en ese debate. Y mucho debería extrañarle a don Felipe VI que todos los que se sienten entusiasmados con su consejo son los que también creen que la monarquía está caducada, y que no hay más salida que una república para la que ya afloran candidatos tan solventes como Cristina Narbona, Puigdemont, Pablo Iglesias, Oriol Junqueras y gente así. Y es que cuando un país siente vergüenza por decir ¡Viva España!, siempre se impone la alternativa consigna del ¡Viva la Virgen!, junto a la que el rey pasó rozando.