¿Quién quiere elecciones?

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

01 ago 2019 . Actualizado a las 08:18 h.

Parto de una fundada conjetura y de una certeza. La presunción: la mayoría de los españoles no desean volver a las urnas el 10 de noviembre. La certeza: la repetición electoral no le conviene al país. No hay más que observar los últimos datos económicos difundidos ayer en Bruselas y Madrid. El raquítico crecimiento de la Eurozona se redujo a la mitad en el segundo trimestre del año: del 0,4 al 0,2 %. En España cayó al 0,5 % y el 2,3 % en tasa anual. Con tales registros, la incertidumbre política y el vacío de poder, que en caso de elecciones se prolongaría como mínimo hasta el 2020, no harán sino apretar el freno y llevarnos al estancamiento.

Nuestros políticos lo saben y por eso aseguran que no desean nuevas elecciones. No les hagan caso: al menos algunos de los cuatro jugadores principales lo dicen con la boca pequeña. En realidad, todos hacen cálculos sobre las ganancias -las suyas, el país siempre pierde- que les reportaría una nueva partida. Yo los veo sentados a la mesa del casino haciendo cábalas y debatiéndose entre el miedo y la avaricia. El temor a quedar desplumados y la atracción fatal por probar fortuna de nuevo.

En algo coinciden Casado, Rivera e Iglesias. Los tres tratan de impedir, o al menos no facilitar, que Sánchez recoja las ganancias obtenidas en la ruleta electoral. Curiosamente, los dos primeros pretenden que las comparta con la banda, que diría Rivera, porque de lo contrario se quedan chafados y sin discurso. El tercero exige un gravoso impuesto revolucionario y no acepta rebajas ni pago aplazado. De lo contrario, también se quedaría chafado y sin discurso. Así que o cede finalmente alguno de los cuatro o nos vamos a unas elecciones que ninguno quiere.

¿Pero realmente ninguno desea comenzar otra partida de incierto resultado? La pregunta del millón que no tiene respuesta. Primero, porque estos señores y sus palabras no son de fiar. Segundo, porque solo un avezado psicólogo podría dictaminar en cada caso si primará el miedo o la avaricia. Y tercero, porque no podemos saber si esgrimen el fantasma electoral como realidad inevitable o lo hacen como factor disuasorio o de presión sobre sus adversarios.

De ahí los mensajes ambivalentes. Casado no quiere elecciones, pero se reafirma tozudamente en su no es no, acalla a los críticos que le piden una repensada y nombra portavoz a una marquesa que prefiere urnas a abstención. Rivera, caso patológico digno de estudio, despacha a disidentes, desprecia a sus votantes y marcha, ciego de ira y prietas las filas, hacia el suicidio. Iglesias sigue empecinado en compartir sillones y no programa con quien «no tiene un proyecto para España» y para quien «la izquierda no significa nada». Y Sánchez, que tampoco quiere comicios, mira fascinado la encuesta de Tezanos que lo coloca al borde de la mayoría absoluta y engrasa su maquinaria electoral por si acaso.

Con este panorama resulta imposible discernir entre quién quiere elecciones, quién no y quién ni fu ni fa. Con lo cual, me temo, el 23 de septiembre nos llamarán de nuevo a las urnas.