La selectividad como contienda

Manel Antelo
Manel Antelo FIRMA INVITADA

OPINIÓN

ALBERTO LÓPEZ

21 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Ala evaluación del bachillerato para acceder a la universidad se la conoce como selectividad en la creencia de que es una herramienta que selecciona al futuro estudiantado universitario. Sin embargo, y a la vista del porcentaje de aprobados (en torno al 95 %), no parece que sea una prueba que seleccione, sino más bien una prueba que simplemente ordena la adjudicación de plazas en los diferentes grados. No en vano los expertos sostienen que la selección se produce en la educación secundaria, donde el cuerpo docente ya se ha encargado de escoger el alumnado que ha superado el listón mínimo de madurez y competencias para acceder a la formación superior. A partir de aquí, se ha de ordenar a este alumnado y decidir quién cursará un grado y quién cursará otro, sabiendo que la entrada en cada uno puede tener un coste distinto, en función de la oferta y la demanda que exhiban. Pues bien, la ordenación se hace mediante la nota de cada estudiante en la selectividad con respecto a la nota del último estudiante admitido el curso anterior en el correspondiente grado (nota de corte o admisión). Así, la preinscripción de cada estudiante (que haya aprobado la selectividad) en los grados que desearía cursar según su orden de preferencia configura la demanda de cada grado, y dichas solicitudes se ordenan de mejor a peor nota. Luego, las plazas disponibles en cada grado (oferta) se van adjudicando ordenadamente hasta que se agotan.

Y aquí surge la polémica. ¿Es la selectividad el mejor mecanismo para racionar la demanda en los grados universitarios que presentan exceso de demanda? ¿Habría mecanismos alternativos? ¿Serían socialmente mejores o peores que la selectividad tal como la conocemos? El lector ha de saber que en muchos otros países son las mismas universidades las que establecen, para cada titulación, sus propios estándares de admisión y seleccionan ellas mismas a sus estudiantes a través de exámenes escritos y orales para evaluar la preparación del alumnado, seguido de pruebas de aptitudes, entrevistas personales, nivel de idiomas, ensayos escritos (redacciones), cartas de recomendación, experiencia laboral, etcétera. Ergo, mecanismos alternativos existen. Pero, ¿son mejores?

A día de hoy no es posible responder contundentemente. Y ello porque la selectividad es un mecanismo relacionado con la economía de las contiendas, la cual aún no tiene principios suficientemente desarrollados y asentados para ofrecer prescripciones inequívocas. La economía de las contiendas estudia situaciones en las que los agentes involucrados luchan por conseguir un bien o premio que, en principio, no pertenece a nadie. En el presente caso, luchan por una plaza en un grado que antes de la selectividad no está asignada a nadie; y lo hacen incurriendo en un gasto irrecuperable y que propicia la consecución (o no) de la plaza. Por lo tanto, las contiendas son un mecanismo de asignación de recursos diferente del mercado y de la autoridad.

Y, por fin, llegamos a la pregunta clave. ¿Cómo organizamos una contienda para que el resultado que se produzca sea el mejor posible desde el punto de vista social? La respuesta depende de qué objetivos sociales persigamos. Un criterio podría ser la suma de esfuerzos; otro, el esfuerzo del ganador o ganadores. Pues bien, si el objetivo social es el primero, deberíamos tratar de equilibrar la contienda lo más posible, poniendo hándicaps a los participantes más aventajados como sucede en las carreras de caballos, el golf o la NBA, y no excluir a ningún contendiente por muy débil que sea. Sin embargo, si el objetivo es el segundo, la prescripción varía radicalmente, ya que puede ser óptimo excluir a contendientes débiles, ayudar a los más hábiles y/o dificultar a los menos hábiles.

En resumen, coincidirá conmigo el lector en que organizar una situación de contienda como la asignación de plazas universitarias es un cometido arduo y complejo si pretendemos que dé lugar al mejor resultado posible desde el punto de vista de la sociedad. Y, por supuesto, un cometido no exento de polémica.