Postureo radiactivo

Tamara Montero
Tamara Montero CUATRO VERDADES

OPINIÓN

SERGEY DOLZHENKO | Efe

17 jun 2019 . Actualizado a las 15:27 h.

Ruido blanco. El que hacen las cabinas ¿amarillas? de una noria que jamás ha girado. Nunca lo ha hecho ni lo hará. Emana de la cara mugrienta de una muñeca con el pelo enredado. Yace sobre los escombros cubiertos por una alfombra de libros. El símbolo de un futuro brillante, pero que finalmente ha sido quebrado. Una ciudad entera que lleva más de treinta años cayéndose a pedazos.

Un hospital que necesita cuidados intensivos. Todos los muros están descascarillados. Ahí están los que no quisieron irse porque no tenían nada al otro lado.

Un veneno invisible emponzoñándolo todo sin dejar el menor rastro. Un sarcófago gigantesco que mantiene aislado el núcleo, la metáfora más aterradora de lo que significa la expresión error humano.

La vida, que aun lacerada encuentra el modo de salir a flote. Una naturaleza magullada que sigue abriéndose paso. Turistas estúpidos sacándose fotos en una Pompeya moderna.

Una postal eterna del momento justo en que la tragedia dio el primer puñetazo. Entrando con su medidor de radiación en el mismo perímetro que abandonan niños y niñas cada verano.

Tres meses en los que liberarse de ese veneno obstinado. Un fondo en el que cultivar la estupidez poniendo filtros cuquis a un monumento absolutamente catastrófico.

El postureo radiactivo, que los ha dejado absolutamente insensibilizados. Hay que sentir bien poco para tener ganas de hacerse fotos en ese escenario.