El PSOE no pretende ganar los ayuntamientos de Madrid, Barcelona o Pontevedra, y por eso consideraría un éxito que el PP saliese de esos lugares humillado y maltrecho, con independencia de lo que tenga que hacer para entregarle la gestión de dichas ciudades a un tercero, o a conglomerados ineficientes y desnortados. Lo mismo le sucede con la deriva electoral del País Vasco y Cataluña, donde sus magros resultados son considerados excelentes por el hecho de que el PP haya sido desterrado de tan relevantes escenarios. Y también sucede con el PP, a quien le dolería mucho perder la Comunidad de Madrid a manos del PSOE, pero se vería muy aliviado si su posible derrota favoreciese a un conglomerado carmeno-errejonista -con el socialismo convertido en tonto útil-, dispuesto a hacer experimentos asamblearios y posmodernistas con la economía y la sociedad más dinámica de España.
La crisis económica y el populismo pusieron a nuestras democracias, y a sus clásicos partidos, al borde del caos. Estos, en vez de ayudarse y generar una estrategia de renovación y defensa común, cayeron en la sempiterna trampa de aprovechar la ocasión para deshacerse -casi gratis- del incómodo vecino, hasta que la grieta abierta en el famoso -y ahora denostado- bipartidismo generó un barullo de tal calibre que hace que cualquier cosa sea posible, que los más osados y temerarios disfruten de magníficas oportunidades, y que sigamos destrozando el modelo de representación y gobernación hasta hacerlo completamente inmanejable e impredecible.
Sánchez ya se tiene por ganador de Eurovisión -«la venda ya cayó, oh, oh, oh»- con 123 diputados y con una casuística negociadora que va desde el jacobinismo de centroderecha (PSOE + Ciudadanos) hasta la reconstrucción de los reinos de taifas con el apoyo de los independentistas, los nacionalistas, los mediopensionistas y los que pasaban por allí. Rivera ya se nombró a sí mismo jefe de la oposición, porque él subió y Casado bajó. Unidas Podemos, en evidente crisis, ya se ve relamiendo sus heridas en TVE y en el Ministerio de Interior. Casado, que acaba de darse una enorme fociñada, y bajó a Segunda B, anda ya de remontada para -si puede- jugar la Champions el año que viene. Y los de Vox ya están haciendo planes para cerrar la Moncloa, irreversiblemente contaminada las derechitas y las izquierdotas, para trasladar la presidencia del Gobierno a El Escorial, donde el sol, al parecer, sigue sin ponerse.
Lo que parece asomar en el domingo que viene -aunque no quiero hacer profecías- es otra legislatura casi perdida en batallitas, ocurrencias, posmodernidades, diálogos de besugos y discusiones varias sobre el sexo de los ángeles. Y, aunque es evidente que este bendito país dista mucho de estar para caerse, no deja de ser deprimente que nuestras mejores oportunidades se estén desperdiciando en un barullo político cuyas máximas aspiraciones se centran en lograr que el enemigo no gane, y el área no se aclare. Porque así empiezan todas las decadencias.