Cuneros

Francisco Ríos Álvarez
Francisco Ríos LA MIRADA EN LA LENGUA

OPINIÓN

27 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En esta campaña electoral se ha empleado paracaidista, y localmente otros adjetivos, como arrimao o pegao, para nombrar una figura política que tiene un nombre asentado en el español: cunero. En contra de lo que alguno pudiera pensar por la evidente relación entre cuna y cunero, este no es el candidato -o el diputado o senador, si mañana sale elegido- que se presenta por la circunscripción donde tiene su cuna, donde ha nacido, sino todo lo contrario, el que procede de otro lugar.

Originariamente, cunero era el niño expósito (abandonado a la puerta de una iglesia, o de una casa, o en un lugar público) o confiado a un establecimiento benéfico. En el siglo XIX pasó a llamarse también cuneros a quienes construyen cunas y a los toros de lidia de ignota filiación. Surgió por entonces otra acepción del adjetivo y sustantivo, con la que vemos empleado este en La Voz de Galicia del 24 de abril de 1884: «El distinguido catedrático de la Universidad de Santiago, Sr. D. Francisco Romero Blanco, no se presentará, como se decía, candidato á la diputación por Noya, distrito á cuya representación aspira un señor Cobeno, en calidad de cunero».

La restauración borbónica, que va desde 1874 hasta la proclamación de la Segunda República, en 1931, fue la época dorada del cunerismo. El fenómeno estaba entonces muy ligado a la corrupción política. Julián Zugasti, que fue gobernador civil de varias provincias, escribió en 1880: «En vista de semejante corrupción, y de tan colosales exigencias, no tiene nada de extraño, que hoy más que nunca se haya puesto en boga y en juego lo que llamamos el cunerismo, que por cierto no es menos inmoral y lamentable en su mismo concepto, y en sus desastrosas consecuencias».

El diccionario de la Academia no se ocupó de estos cuneros hasta la edición de 1914, en la que ofrece esta definición: «Dícese del candidato o diputado a Cortes extraño al distrito y patrocinado por el gobierno». Quizá entonces lo de «patrocinado por el gobierno» era condición general de aquellos. El Diccionario todavía la mantiene, pese a que la mayoría de los partidos que se presentan en toda España, y no solo el del Gobierno, tienen cuneros. Su instalación en candidaturas de provincias que algunos no pisaron en su vida es decisión de quienes en Madrid mueven los hilos. Aunque la responsabilidad última de que perviva esta figura es de quienes la aprueban con su voto.