Podemos discutir si es necesaria la figura del relator-mediador-intermediario-narrador; incluso si el pequeño Nicolás es el más indicado para desempañar tal papel. Que visto lo visto, probablemente lo sea. Podemos pasarnos horas debatiendo sobre la torpeza del Gobierno al anunciar tal invento y la necesidad de la derecha de tener un motivo para llenar Colón. Lo que queda fuera de toda duda es que cada mañana al levantarse los independentistas catalanes se encuentran a la puerta de casa con un valioso regalo con el que no contaban.
Porque si obsequio de extraordinario valor es la imprudencia del Gobierno de aceptar y anunciar la figura de un relator, o lo que sea, dejando la sensación de haber cedido a las exigencias del independentismo, no lo es menos la manifestación que ofrece la imagen de un constitucionalismo dividido, fuertemente enfrentado y con todos los canales de comunicación rotos. Estamos como hace tiempo, cuando en los peores momentos también se les ofrecía oxígeno a los etarras.
El panorama a solo unas horas del inicio del juicio del procés no puede ser más desalentador para quienes transitamos por las aceras. Al clima de inestabilidad creado por unos y otros habrá que unir el llamamiento de entidades soberanistas para llevar a cabo una movilización permanente durante el juicio y así tendremos la fotografía fiel de lo que es un país en uno de sus momentos más comprometidos. Es difícil enumerar las torpezas y despropósitos de nuestros señoritos para llegar hasta aquí. Y tan responsables son los que gobiernan como los que echan gasolina a la hoguera.
Uno se pregunta qué dirá el mundo de nuestra deteriorada y embrutecida convivencia. Pero el problema es que miremos hacia donde miremos no vemos más que niñatos indocumentados, avalados por falsos másters, obsesionados con alcanzar o mantenerse en el poder y una irresponsabilidad que mete miedo. Eso mismo, nos meten miedo.