España, o sus hijos devorando a Saturno

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

06 feb 2019 . Actualizado a las 10:11 h.

La historia de Norteamérica, donde nació el federalismo, es la de la progresiva construcción de un Estado-nación a partir de sus trece territorios fundadores. Un proceso centralizador que tuvo varios hitos materiales -el asentamiento de una judicatura con potestad en todos los estados, la consolidación tras varios intentos fallidos de un banco nacional (la reserva federal) o la creación de una policía federal (el FBI)- y que avanzó decisivamente en tres momentos esenciales de la historia del país: la Constitución de 1787, la Guerra de Secesión y el New Deal que siguió al crac de 1929.

Olvidando las muchas enseñanzas de esa experiencia federal centralizadora, España lleva cuatro décadas practicando un federalismo descentralizador que, tras transferir a las regiones los poderes necesarios para que el sistema autonómico pudiesen funcionar, entró en una demencial dinámica centrífuga basada en una sandez que el inexplicable complejo frente a los nacionalismos acabó por convertir en un dogma básico de la política española: que centralizar es siempre malo y descentralizar maravilloso.

El resultado de tal majadería -contradicha rotundamente por la evolución de los principales estados federales del planeta- nos ha llevado a la temible situación en que hoy nos encontramos: un país conformado, de un lado, por comunidades donde el separatismo ha intentado en el pasado, intenta en el presente o podría intentar en el futuro la secesión territorial (Cataluña y el País Vasco); y de otro, por comunidades que, gobernadas por el PSOE o el PP, defienden, al margen de cualquier racionalidad, que no están dispuestas a aceptar que no se les transfiera a cualquiera de ellas lo que se entregue a las demás.

Dada la inmensa presión que los separatistas van a seguir ejerciendo por desgracia en el futuro previsible sobre cualquier eventual Gobierno del PSOE y la que sus barones territoriales parecen dispuestos a desplegar sobre un eventual Gobierno del PP, la cosa es clara: España es un país con un Estado que no tiene apenas quien lo defienda (ni en la política, ni en la academia, ni en los medios de comunicación, esferas las tres donde casi todos se manifiestan convencidos de que cuanta más descentralización, mejor), pero donde hay muchísima gente tirando de los 17 brazos de un poder central que no será capaz por mucho tiempo de mantener tanta presión. Es el celebre cuadro de Goya Saturno devorando a su hijo: aquí, España parece devorada día a día por sus diferentes territorios.

Y ello pese al hecho evidente de que el Estado-nación, formado personas que se identifican por su común condición de ciudadanos, sigue siendo a día de hoy el espacio básico donde se hace efectiva la cohesión social y la solidaridad territorial. Si dejamos el Estado reducido a mero cartón piedra, una y otra desaparecerán en grave perjuicio, sobre todo, de los más débiles y los más necesitados.