Entre la fiesta y la melancolía

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

07 dic 2018 . Actualizado a las 07:50 h.

Todo resultó muy previsible. Incluso aburridamente previsible: Pedro Sánchez y Zapatero fueron abucheados, para no perder la costumbre; los constitucionalistas aplaudieron mucho, también para no perder la costumbre; los nacionalistas optaron por ausentarse, no sea que alguien vaya a pensar que están con la Constitución; los de Podemos guardaron las formas y no aplaudieron, pero se pusieron en pie, no sea que alguien piense que son gente mal educada; y de lo que se habló en discursos, pasillos y medios fue de lo que se habla desde hace al menos diez años en esta fiesta de aniversario: de la reforma que se debe hacer. La única y celebrada diferencia es que había dos reyes, cuatro contando a sus esposas, en el hemiciclo abarrotado.

En cuanto a la liturgia de la palabra, es posible que no haya habido Constitución en el mundo que haya sido tan alabada cuarenta años después de aprobada. ¡Dios, qué cantidad de lisonjas, de piropos y de enaltecimiento de una ley, de sus autores, del pueblo que votó y del rey bajo cuyo reinado se redactó! Pero hay que hacer justicia y destacar que, por muchos esfuerzos que hicimos la presidenta Ana Pastor y algunos escribidores por subir a todos estos protagonistas a los altares, nada superó a la bendición del rey Felipe: «Esta Constitución es el mayor éxito de la historia contemporánea». Su augusto padre, Juan Carlos I, debía de sentir mariposas en el estómago al escucharle: ¡él era el motor que nos había conducido a esa maravilla! Si los comunistas no hubieran presentado una querella contra él, posiblemente sería su día más feliz después de la abdicación.

En fin, que la Constitución quedó nuevamente sacralizada, pero con ese come-come que la acompaña, que es su reforma, y ese virus que le introdujeron Pablo Iglesias con su predicación de la república y los indepes catalanes con sus repudios a la Corona y sus deseos de romper todo, desde las reglas de juego hasta la unidad nacional. Puesto a continuar con la nostalgia que ayer se derramó, yo pongo mi grano de arena: ¡tiempos aquellos en que el 91 % de los catalanes votaron la indisoluble unidad de España! ¡Tiempos aquellos en que españolistas como Fraga aceptaron el término nacionalidades! ¡Tiempos aquellos en que los republicanos asumieron dejar una monarquía en herencia a sus hijos!

Pero me doy cuenta de que estoy a un milímetro de caer en la melancolía. Debe de ser que me ha contagiado tan bella historia de logros e ilusiones que se ha contado en los discursos. Para superarla, me propongo a mí mismo el ejercicio que recomendaba un viejo anuncio: si cree que esta Constitución está en crisis, busque, compare y si encuentra algo mejor en ofertas constitucionales, ¡compre!