El día que se desencadenó la transición

OPINIÓN

06 dic 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

1. Una metáfora tomada de Howard Hawks

Los jóvenes en 1975 habíamos visto varias veces Tierra de Faraones, la famosa película de Howard Hawks -con guion de Faulkner- cuyo argumento giraba en torno al encargo que hizo el faraón Keops al arquitecto Vashtar -un judío cautivo- para construir una pirámide que, además de impresionar por su belleza y sus colosales dimensiones, debía contener un sistema de seguridad inexpugnable, para guardar eternamente al faraón y a sus tesoros.

Basándose en la teoría del flujo y vaciado de áridos, Vashtar diseña el laberinto que conduce a la cámara mortuoria mediante enormes dinteles que, asentados sobre arena, se pondrían en movimiento cuando una roca, diseñada al efecto, rompiese los cilindros cerámicos que taponaban la salida de la arena. El mecanismo consistía en que, en el momento de cerrar el sarcófago de Keops, su inmensa lápida presionaría una cuchilla destinada a cortar la maroma de la que pendía el bloque de piedra que, al deslizarse por la ajustada galería, rompería los tapones de los depósitos de arena. Y era entonces cuando centenares de sillares empezaban a descender sobre el laberinto de la pirámide hasta convertirla en un bloque macizo, de millones de toneladas de roca, que aún hoy mantienen en su lugar la momia de Keops y sus tesoros, al sacerdote Hamar que ofició su entierro, y a la ambiciosa Nélifer, la esposa y asesina de Keops, que, por desconocer los secretos de Vashtar, no tuvo tiempo de abandonar la cámara mortuoria.

Inspirados, quizá, por la desbordante imaginación de Hawks, muchos españoles interpretamos la Transición como ese momento en que la pesada losa que cubrió el cadáver de Franco puso en movimiento una serie de procesos que, de forma casi automática, iban tapando todos los huecos y fisuras por los que pudiesen filtrarse las ideas y venenos de la dictadura, para que el autoritarismo quedase enterrado allí para toda la eternidad.

2. La Constitución que arrumbó golpes y dictaduras

Vista así, con ojos de metafórica fantasía, la transición es el tiempo que tardan los mecanismos del cambio -sociales, políticos, culturales y económicos- en sellar la cámara mortuoria. Y los artículos de la Constitución de 1978 -de cuyo refrendo se cumplen hoy cuarenta años- son como rocas que parecían inamovibles, pero que, tras el flujo de las arenas que los bloqueaban, fueron bajando a su sitio, con precisión matemática, hasta hacer de España un lugar donde la libertad vive y se desarrolla con absoluta naturalidad, hasta convertirnos en lo que hoy somos: una democracia de las más avanzadas, más sólidas y con mayor bienestar del mundo.

La Transición se hizo -aprovechando las ansias de libertad que compartía la opinión pública- sobre tres principios fundamentales: primar las posibles reformas sobre las justas e inevitables rupturas; mantener el consenso que comprometía a la mayoría de las fuerzas políticas con una Constitución homologable con las democracias europeas; y hacer un cierre rápido del período de transición, que era considerado por muchos como un arco en construcción, bastante inestable mientras se fabrica, pero muy firme cuando han sido puestas todas las dovelas.

3. El fondo de la Transición permanece intacto

No hace falta ser muy listos ni muy modernos para aceptar que toda norma envejece, y que algunos retoques bien medidos y mejor ejecutados pueden favorecer la gestión del sistema. Pero cualquier retoque que se proponga para la vigente Constitución debería tener presente que el fondo ideológico y estratégico de la Transición sigue intacto, y que por eso deberían asumirse dos condiciones para su reforma: que ningún cambio es tan urgente como para atropellar los viejos consensos; y que, en contra de lo que dicen los enemigos del mal llamado régimen de 1978, no existe en la España actual ningún problema que, para ser abordado correcta y eficazmente, necesite un cambio sustancial en la Constitución.

Por eso creo que el día de hoy debe ser un día de reafirmación de la Transición y de su Constitución, a la espera de que una positiva conjunción de elementos como los que se dieron hace 40 años permita abordar la reforma con seguridad, buen tino y amplísimo consenso. Porque cualquier solución precaria o dudosa volvería a resucitar errores históricos que, gracias a Dios, tenemos olvidados.