Jamón de la China

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

02 dic 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

En las Nochebuenas de mi infancia se sentaba a la mesa un abogado amigo de la familia de traje cruzado, bigote estrecho y labios vaginales. Un personaje adherido al Belén familiar sin sentido bíblico alguno del que aún desconozco los méritos que le acercaron a un cubierto en las indescriptibles cenas que mi tía Marisa servía en esa fecha. Entonces el champán y la sidra se enfriaban en la nieve depositada sobre el alféizar del balcón de una calle de Madrid. Los niños -como pequeñas geishas- cerrábamos el rito pantagruélico mostrando nuestras diferentes habilidades cantoras, gimnásticas, danzarinas o recitativas, mientras los adultos maridaban con el brandi. Cuando el sol y sombra sentaba plaza, mi tío Tomás -un elegante señor de Viveiro- se levantaba exuberante y cantaba haciendo zigzaguear la servilleta alrededor de sus caderas: «De la mariiimba al soool la conociooó...». Acto seguido, el abogado soltaba bocado, calaba espuelas, se erguía como un tótem y con la misma voz atiplada y el mismo gesto que el Caudillo declamaba: «Españoles, en el trigésimo año de la Victoria, lo único que debemos temer es el despertar del poder amarillo... cuando despierten los chinos os vais a enterar...». Y desplomaba su grandeza entre los aplausos de la tribu. La escena me vino a la mente cuando supe que en la reunión de Sánchez con Xi Jinping acordaron abrir la puerta a la exportación de jamón a la China. Mil cuatrocientos millones de chinos tendrán acceso a nuestra enseña nacional y querrán arrebatárnosla -pensé, mientras el espectro del abogado soltaba risitas de vodevil ante mi terror-. Era visto, el poder amarillo despertó. 

¿Y ahora qué hacemos? Hay que luchar, hay que restringir la exportación, hay que multiplicar los controles de calidad, blindar nuestros cerdos y tener muy claro que si perdemos el jamón lo perdemos todo. Los chinos son los nuevos Magallanes que se mueren por conquistar el reino de las especias. El jamón es el tesoro más deseado. A nadie le sentó mal el jamón, nadie se empacha de jamón, te lo pide el cuerpo cuando estás malito. El jamón es un acto logrado, una comunión ecuménica, un Santo Grial que codician los ojos rasgados y que nos obliga a resucitar los Tercios imperiales. Hay que evitar que los chinos lleguen a probar un buen jamón. Si lo hacen estamos perdidos. Ya han logrado infiltrar comandos animalistas que se manifiestan al grito de: «¡No es jamón, es cerdo muerto!». Están comprando África para plantar dehesas y monterías con encinas y alcornocales para mantener a nuestros cerdos cautivos. Todas las derrotas son heridas, pero hay derrotas que son amputaciones. Si perdemos el jamón nos roban alma. ¡Sursum corda!