Si MasterChef Celebrity enganchó a la audiencia fue sobre todo por ese momento estresante de ver a los famosos con las manos en la masa y sin prácticamente saber freír un huevo. Con excepciones, claro, pero con la gracia que da en principio observar cómo lo que nos resulta tan sencillo a la hora de comer es en verdad complicado de hacer. Y en ese acierto ha ido el público apoyando semana tras semana al programa, porque en ese estupendo casting había más de uno -y más de dos- perdido como un pulpo en un garaje. Pero ahora que acaba de ganar la olímpica Ona Carbonell hemos descubierto que lo que hay detrás de este MasterChef es otro máster, el que se encargan de hacer los concursantes previamente en las cocinas de los mejores restaurantes. Carbonell estuvo practicando nada más y nada menos que en El Celler de Can Roca como una auténtica Michelin, pero no ha sido la única, según han empezado a desvelar algunos de los concursantes que no quieren que les den gato por liebre. Y hasta Santiago Segura tuvo que espabilarse de la mano de Paco Roncero para superar con dignidad las pruebas de MasterChef Celebrity, adonde ahora los famosos llegan curtidos en esferificaciones y con la chaquetilla puesta. Un mérito que, sin embargo, desmerece para muchos espectadores el gran atractivo del reality, que ha perdido el punto de realidad.