Del consenso a la ira

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

OPINIÓN

Antonio Lacerda | EFE

30 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Es inevitable. La coincidencia en el tiempo de la victoria de Jair Bolsonaro en Brasil y el comienzo del fin para Angela Merkel en Alemania parece que invitan a proclamar un cambio de época. Pero las épocas solo se revelan retrospectivamente, a toro pasado. Declararlas sin más es una tentación que resulta preferible resistir, porque en el mundo, y en la política, es más lo que permanece que lo que cambia. Sí hay, sin embargo, algo que une ambas cosas, ese éxtasis de Bolsonaro y ese largo adiós de Merkel: sería lo que se ha dado en llamar la nueva política, y que es más bien un cambio en la opinión pública que en la política misma.

Las redes sociales, que han traído consigo el culto narcisista a la propia opinión, la obsesión con la ofensa y la ilusión de solidaridad, han dotado a esa opinión pública de una fuerza que no tenía desde las épocas lejanas del motín callejero. Y esa impaciencia con el poder, alimentada a izquierda y derecha, hace mucho más fácil que el político airado como Bolsonaro desplace al político gestor, como Merkel. No se trata de un auge de la extrema derecha -en México acaba de ganar un populista de izquierda-, sino de un auge de lo extremo, en general. Lo que llamamos el sistema es la aspiración al equilibrio. Una vez desprestigiado este por la crisis económica y la erosión constante de Twitter, la mejor manera de atraer al electorado es ofrecer ruptura y presentarlo con el lenguaje tribal de las redes. Es lo que ha hecho Bolsonaro en Brasil. Es lo que hace la AfD en Alemania.

Ahí termina el parecido. Incluso en nuestro planeta globalizado cada país es un mundo. Cada sistema político tiene su historia y sus peculiaridades, y Brasil y Alemania no son fácilmente comparables. Más que con el ascenso del populismo europeo, el caso de Bolsonaro habría que relacionarlo con Donald Trump, no solo porque los dos personajes tengan rasgos en común, sino porque los tienen sus sistemas políticos. La elección presidencial a dos vueltas es polarizadora por naturaleza y se basa en una alternancia casi mecánica.

Después de ocho años de presidencia demócrata en Estados Unidos tenía que ganar un republicano. Después de quince años de gobiernos petistas en Brasil tenía que ganar la oposición. No hay nada de asombroso en ello. Lo que hay que preguntarse, en realidad, es por qué alguien como Trump pudo ganar unas primarias y, en Brasil, el candidato de un pequeño partido como el PSL (Partido Social Liberal) pudo imponerse en la primera vuelta al centroderecha tradicional. La respuesta está, en parte, en las circunstancias: Hillary Clinton era la encarnación misma del sistema, mientras que el centroderecha brasileño se encontraba desprestigiado por la corrupción. Pero ese culto a la ira de nuestros tiempos, esa nueva opinión pública estructurada como una red social de Internet, han hecho el resto.

En cuanto a Merkel, hay también una parte de cansancio. Ha detentado el poder desde 2005, pero en su caso formando coaliciones amplias, siempre manteniendo un rumbo centrado. Ha sido, sin duda, uno de los máximos exponentes de la política de los consensos en Europa, hasta el punto de acabar convirtiéndose en el referente para la propia UE en su naufragio. Incluso su marcha ha querido desproveerla de dramatismo: se irá yendo lentamente, con discreción. Y es verdad: quién sabe si con el tiempo miraremos atrás y lo consideraremos el fin de una época.