El PSOE: la excepción europea

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Juan Carlos Hidalgo | EFE

21 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando hace ya 170 años se publicó el Manifiesto Comunista, proclamaron Marx y Engels que un espectro se cernía sobre nuestro continente: el del comunismo, contra el que -criticaban- todas las fuerzas de la vieja Europa se habían aliado: «El Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes». El espectro que ahora nos invade es diferente: la ola de nacionalismos, populismos de izquierdas y derechas y xenofobia que ha destrozado, o está arrasando, los sistemas de partidos de la Europa emergida de las cenizas de una Guerra que a punto estuvo de acabar con la civilización.

Sus valores -los de una sociedad de ciudadanos iguales ante la ley- vuelven a estar de nuevo en riesgo. Por eso los partidos que fundaron la nueva Europa (o lo que queda de ellos, tras los graves errores que durante decenios cometieron) han establecido un frente democrático que, con algunas quiebras vergonzosas derivadas de espurios intereses, ha adquirido una neta concreción: que a los populistas, nacionalistas y xenófobos, ni agua. Los partidos democráticos se unieron en Francia contra el Frente Nacional, en Italia contra La Liga, Forza Italia y el Movimiento Cinco Estrellas, en Alemania contra esa Alternativa de ecos ignominiosos y en el Reino Unido contra el mendaz UKIP de Neil Farage.

Pero -«Spain is different»- aquí las alianzas partidistas son muy otras en el momento más crítico de nuestra democracia. Aquí, al contrario que en los citados Estados europeos, un partido esencial, el Socialista, ha decidido mantener aquel cordón sanitario contra el PP (al que ahora añade a Ciudadanos) que se inauguró con el sucio Pacte del Tinell, que unía al PSC con los antisistema para aislar al otro gran partido constitucionalista del país. Y todo a cambio de un acuerdo de legislatura con Podemos, en el que los populistas de Iglesias asumen la tarea de conseguir públicamente el apoyo que entre bambalinas negocia Pedro Sánchez: el de las fuerzas nacionalistas, populistas y xenófobas que impulsaron la insurrección de Cataluña.

Lo peor de este funesto episodio en la historia de un partido que en sus buenos tiempos jamás habría concebido ser dirigido por dos de sus tres últimos líderes (Sánchez y Zapatero) no es que el actual presidente del Gobierno esté dispuesto a lo que sea con tal de seguir en la poltrona que tantas iniquidades le ha costado conseguir. Lo más alucinante es el incomprensible silencio de tantos socialistas (militantes y exdirigentes) que, pese a sentirse avergonzados por la deriva de un partido en el que no se reconocen, son incapaces de levantar la voz contra el grupo de aventureros que lo ha convertido en la única fuerza socialista europea que hace lo contrario de todos sus homónimos: ponerse del lado, y no en contra, de los que quieren acabar con un Estado unido de ciudadanos iguales más allá de su lugar de nacimiento.