Pobreza, angustia y culpa

Manuel Fernández Blanco PSICOANALISTA Y PSICÓLOGO CLÍNICO

OPINIÓN

07 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El capitalismo actual no es ya el de la sociedad del bienestar nacida del discurso de la socialdemocracia. Es el capitalismo pulsional tal como lo ha definido el filósofo francés Bernard Stiegler. Se trata de un modelo económico que, por su ausencia de límites en la búsqueda del máximo beneficio, rompe el equilibrio entre producción y conservación, como ha puesto de manifiesto la reciente crisis económica global y la amenaza ecológica sobre el planeta.

El capitalismo neoliberal ha sustituido la sociedad del bienestar por el hedonismo de masas. Los ideales de liberación colectiva han sido reemplazados por la promoción de la satisfacción individual, sostenida en el consumo. Esto es lo que da su estilo adictivo a la civilización actual. Lo colectivo pierde cada vez más valor ante la promoción de un sujeto que debe ser un empresario de sí mismo, optimizando su propia vida. Si alguien no logra el éxito, y especialmente el éxito económico, no solo sufre las consecuencias de su precariedad vital, sino que se siente culpable de su fracaso. Esto favorece que la angustia y la depresión se conviertan en epidémicas.

En su funcionamiento circular, el capitalismo pulsional saca rentabilidad hasta de los problemas que genera: incluido el dolor de existir. Según la última Encuesta Nacional de Salud casi un 10 % de la población gallega consume antidepresivos (el consumo de estos psicofármacos ha aumentado un 50 % en los últimos cinco años) y el 15 % ansiolíticos.

La deriva económica actual es especialmente perversa. La búsqueda de la maximización de beneficios, y la precariedad laboral y salarial, hacen coexistir el trabajo y la pobreza en muchos hogares. A esto hay que añadir la pérdida del poder adquisitivo de las pensiones. En este contexto, las subidas del precio de la energía eléctrica, el gas y los combustibles para el transporte abocan también a la denominada pobreza energética.

Uno de los principales efectos psicológicos de la pobreza es la angustia. Es una angustia derivada de que la dignidad de nuestra vida está en manos de otros, muchas veces anónimos, que pueden tomar sus decisiones a expensas del sujeto. Un sujeto reducido a la categoría de objeto, de ‘recurso humano’.

La inseguridad económica tiene también otras consecuencias anímicas. Tendemos a hacernos culpables de las desgracias que nos trae la vida. Por eso las situaciones de precariedad y desinserción social provocan procesos depresivos donde la culpa, y el sentimiento de indignidad, obstaculizan la posibilidad de una respuesta colectiva.

En los niños la pobreza, o el riesgo de padecerla, produce efectos devastadores. La angustia económica familiar inevitablemente se transmite y genera la ruptura de la seguridad y sentimientos de desamparo.

En 1968, en la conocida como Primavera de Praga, Alexander Dubcek promovió el espíritu de lo que se denominó «socialismo de rostro humano». Hoy, ante el darwinismo social, constituiría un progreso avanzar hacia un «capitalismo de rostro humano».