Un aldabonazo

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE GONZALO BAREÑO

OPINIÓN

Robin Townsend | Efe

02 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La República es una cosa. El radicalismo es otra. Si no, al tiempo». Con esa frase premonitoria, concluía el artículo que, con el mismo título que este, publicó el 9 de septiembre de 1931 en el diario Crisol el filósofo José Ortega y Gasset. Expresaba así su preocupación por el derrotero que tomaba la República, a cuyo advenimiento él había contribuido con su célebre Delenda est monarchia. «¡No falsifiquéis la República!», pedía a quienes pretendían imponer sus ideas. Lo asombroso es que 87 años después, casi todo ese artículo sobre la República que sucedió a la dictadura de Primo de Rivera se puede aplicar a lo que acontece ahora en la monarquía parlamentaria nacida tras la dictadura de Franco. Y muy especialmente, a la deriva golpista del independentismo catalán. «El tiempo presente, y muy especialmente en España, tolera el programa más avanzado. Todo depende del modo y del tono. Lo que España no tolera ni ha tolerado nunca es el radicalismo», sostenía el filósofo, que pedía reformas, «pero sin radicalismo -esto es, sin violencia y arbitrariedad partidista-».

Lo que vivimos ayer, con un presidente de la Generalitat dando las gracias por «apretar» a los grupos violentos que se adueñaron de las calles y hasta asaltaron la subdelegación del Gobierno en Gerona, y pidiéndoles además que «sigan apretando», es una clara muestra de radicalismo y hasta de incitación a la violencia intolerable en democracia, que merecería por sí sola una nueva aplicación del artículo 155 de la Constitución en términos mucho más contundentes que hace un año, tras otro aldabonazo, en este caso del rey Felipe VI. Resulta por ello grave que frente a esas indignas palabras de Torra, a las agresiones a no independentistas y hasta a los Mossos que la Generalitat utilizó como carne de cañón, desde el Gobierno de Pedro Sánchez se dijera que en esa jornada ominosa «todo» transcurría «de modo asumible».

Lo mismo cabe decir de quienes quieren reescribir la transición imponiendo una versión única de nuestra historia y nuestra democracia. «No se trata de dos repúblicas igualmente posibles -una, la auténtica española, otra, imaginaria y falsificada- entre las cuales cupiese elegir. No: la república en España, o es la que triunfó, la auténtica, o no será», decía Ortega. Una receta válida para nuestra democracia, surgida de la concordia.

Y, como si hablara del momento actual, el pensador pedía a algunos partidos que «no pretenderán hacer triunfar a quemarropa lo peculiar de sus programas» porque «la falsa victoria que hoy, por un azar parlamentario, pudieran conseguir, caería sobre su propia cabeza».

Como ocurre hoy frente a la deriva xenófoba secesionista y a la inacción del Gobierno frente a ella, Ortega remataba su aldabonazo diciendo que «una cantidad inmensa de españoles que colaboraron con el advenimiento de la República [hoy diríamos de nuestra democracia] con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo esto, con su esperanza, se dicen ahora entre desasosegados y descontentos: No es esto, no es esto». Amén.