Durante los últimos meses se ha verificado en toda Europa un aumento alarmante de casos de sarampión, una enfermedad que se creía «extinguida». Se trata de una infección vírica altamente contagiosa, motivo por el cual se convierte fácilmente en una epidemia. Existen grupos de riego conocidos para esta enfermedad, entre ellos pacientes inmunodeprimidos, bebés aún no vacunados o con ciclos de vacunación incompletos. De esta forma, es fácil entender que la enfermedad tiene una especial predilección por las personas que no han cumplido el calendario de vacunación. La forma más eficaz de prevenir el sarampión es la vacuna, como se puede comprobar por el menor número de casos de esta patología en países con tasas de protección elevadas. En los últimos años, en los países desarrollados, hemos asistido a un aumento del movimiento anti vacunas. Esta actitud por parte de los padres no solo expone a sus hijos a riesgos innecesarios, sino que también contribuye a la ruptura de la inmunidad de grupo, colocando a todos los niños en riesgo. De este modo, asistimos al resurgimiento de enfermedades prácticamente inexistentes en los países europeos, así como al aumento del número de ingresos hospitalarios y de muerte en edad fundamentalmente pediátrica. Son números claramente evitables. Este movimiento anti vacunas es producto del popular refrán «ojos que no ven, corazón que no siente», dado que tenemos tendencia a menospreciar las enfermedades con las que raramente contactamos y, por lo tanto, es más fácil descuidar la vacunación, a pesar de que haciendo esto contribuimos a un retroceso de la salud de una comunidad, arriesgando miles de vidas. Por ello, se hace imprescindible que todas las personas verifiquen su estado vacunal, se vacunen y ¡vacunen a sus hijos!