¡A por ella! ¡A por España!

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

LENIN NOLLY | EFE

29 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

No, no hablo del Mundial de fútbol, donde, como es lógico, todos van a por todos, con el objetivo de alzarse con una victoria que no puede repartirse: uno gana y los demás son derrotados.

Hablo de la inmunda estrategia política del independentismo catalán, cada día más convencido de que su única posibilidad de éxito, aunque remota, es desprestigiar internacionalmente a España y a su democracia: por tierra, mar y aire; en todas partes; y aprovechando la más mínima ocasión que pueda presentarse para ello.

La última fue en Washington, hace un par de días, en un acto en el que participaban el presidente de la Generalitat y el embajador de España en la capital norteamericana. Torra dijo allí que los catalanes habían sufrido «una implacable persecución política, lingüística y cultural durante los últimos siglos» y que ahora luchaban «contra un estado de emergencia y las injusticias sufridas por gente como el presidente Puigdemont, forzado al exilio, y todos los otros presos políticos. Estos lazos amarillos que llevamos son por ellos».

Tras la intervención de Torra tomó la palabra el diplomático español, que hizo lo que era no solo su derecho sino su inexcusable obligación, es decir, refutar las mentiras como puños que acaba de contar el presidente de la Generalitat: «No hay presos políticos en España y no lo digo solo yo -aclaró el embajador-, sino informes de Amnistía Internacional y Human Rights Watch. Lo que hay son políticos que a pesar de todas las advertencias y de sus propios servicios legales decidieron contravenir el Estatut y la Constitución española y violar la ley». La reacción del presidente catalán y de sus acompañantes no se hizo esperar: se levantaron del acto airadamente y se marcharon al grito de «no podemos tolerar el grado de insulto al que se ha llegado».

Para entendernos: quien es acusado de insultar es el que sale en defensa de una verdad que no admite discusión (que en la España democrática no hay presos políticos ni exiliados), y quienes se sienten gravemente ofendidos por tan elementales obviedades son los que mienten como auténticos bellacos, en desarrollo de una estrategia política perfectamente planificada y dirigida a un fin de todos conocido: hundir el bien ganado prestigio de nuestras instituciones democráticas, utilizando para ello la mentira sistemática y confiando en el principio que hace más de medio siglo sentara el nazi Josep Goebbels: que una mentira repetida mil veces se convertirá en verdad.

En eso se han embarcado los secesionistas, sus aliados y compañeros de fatigas y todos los tontos útiles que, mayormente por ignorancia, repiten como papagayos patrañas que son no solo auténticas sandeces, sino que ofenden gravemente a los muchos presos políticos y exiliados que hubo en España durante los años de la larga dictadura que comenzó en 1939. Colocar en tal categoría a Puigdemont, los dos Jordis, Junqueras o Romeva es, por ello, mucho más que una mentira: supone, dicho claro y pronto, una auténtica indecencia.