En Marea lo ha logrado: ¡gresca general!

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

PACO RODRÍGUEZ

04 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La monumental trifulca que vive En Marea a cuenta de si Paula Quinteiro debe irse o no a su casa pone de relieve que el llamado partido instrumental constituido por Anova, Esquerda Unida, las Mareas y Podemos ha conseguido la cuadratura del círculo: tener todos los vicios de un partido y ninguna de sus ventajas.

Los partidos son por su propia naturaleza asociaciones con una fuerte tendencia a la burocratización y a la endogamia, según ya lo puso de relieve en 1911 el politólogo germano Robert Michels, quien formuló la célebre ley de hierro de las oligarquías. A cambio, los partidos suelen garantizar una disciplina interna que evita que cada dirigente haga su santa voluntad, lo que, de producirse, les impediría de plano vertebrar los sistemas democráticos. Sé bien, claro, que ni los partidos funcionan siempre sin conflictos (antes o después casi todos suelen tener grescas de mayor o menor envergadura) y sé también que el precio a pagar por evitarlos es su escasa democracia interna, un desiderátum tan bien intencionado como difícil de alcanzar.

Pero lo de En Marea es otra cosa: es el ejército de Pancho Villa hecho partido. En Marea, donde la tendencia a la burocratización y la oligarquía es evidente, ofrece a diario, pese a ello, y desde el momento mismo de su fundación, el espectáculo de un permanente arrancamoños, donde todo el mundo se lleva mal con todo el mundo: las fuerzas que lo componen se pelean entre sí, pero también hay lío dentro de Podemos, dentro de Anova y entre unas mareas y las otras. Unos apoyan al líder, Luís Villares (que debe de tener la paciencia del Santo Job o la ambición de Pedro Sánchez para no mandarlo todo a hacer puñetas) y otros lo ponen a caldo, sin que se sepa muy bien dónde acaban los primeros y dónde empiezan los segundos y sin que haya ninguna seguridad de que las respectivas posiciones no cambiarán de un día para otro.

Que tan formidable guirigay haya vuelto a salir a la luz por el caso de Paula Quinteiro pone de relieve con una rotunda claridad que ni sobre los temas evidentes están de acuerdo las facciones que componen En Marea. Pues que una diputada que alegó su condición de tal en un farra nocturna para proteger a unos amigos que hacían el gamberro rompiendo los espejos retrovisores de los coches (actividad revolucionaria donde las haya, sin ningún género de dudas) debe irse a su casa aunque ello le suponga a la afectada el lógico disgusto personal de perder sueldo y privilegios parece que tiene pocas dudas.

La circunstancia de que En Marea haya sido incapaz de conseguir una dimisión que es tan inevitable, por ejemplo, como la de Cristina Cifuentes si se prueba que engañó en lo de su máster, pone de relieve dos obviedades, tan mala la una como la otra: que a la hora de dimitir la llamada nueva política es más vieja que la pana; y que el hecho de que un partido como En Marea pretenda gobernar (o cogobernar) Galicia constituye una gran temeridad. Mucha gente debería tomar buena nota de ambas cosas.