Matar a un ruiseñor

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

24 mar 2018 . Actualizado a las 10:05 h.

Seguro que muchos de ustedes se acuerdan de la excelente película dirigida por el gran Mulligan y protagonizada por Gregory Peck, Atticus Finch, basada en el genial texto de Harper Lee, Matar a un ruiseñor, que me viene al pelo para escribir una carta de auxilio desesperada por la desaparición de la más cercana, numerosa y amable avifauna urbana, la prole de los humildes gorriones, que están en período de extinción en las ciudades europeas.

La alerta es creciente, el querido pardal, amigo del hombre, el más doméstico de los pájaros, está desapareciendo alarmantemente de pueblos y ciudades. Fue elegido ave del año en Europa para contener su extinción en el año 2016, pero la sangría no ha podido contenerse.

En lo que va de siglo, han desaparecido un veinte por ciento de gorriones, lo que supone casi treinta millones en los últimos veinte años, ciudades como Londres, en donde la población de la república de pardales, de gorriones, era muy numerosa, hoy prácticamente han desaparecido de su paisaje arbolado y húmedo. En Europa hay hoy un sesenta y tres por ciento menos de gorriones que en el año 2000, y de aquellos ciento sesenta millones que integraban a principios de siglo el gran ejercito alado de los pardales, hoy la lectura de su desaparición es una autentica escabechina sin remedio conocido.

Los gorriones son pájaros anónimos, pasan desapercibidos si no fuera por su proximidad con los humanos. Son aves de ciudad, de pueblo, de plumaje común, pájaros obreros, bandada proletaria que inunda alamedas y caminos urbanos, que frecuenta, como los hombres, bares y terrazas para arañar las mínimas sobras que el hombre deja con el aperitivo de la mañanas.

Sucede algo parecido con las golondrinas viajeras, con los vencejos peregrinos, amigos del hombre navegando permanentemente en busca de un cálido sur, que se ha perdido entre los entresijos del criminal cambio climático que perturba a los hombres y a las aves.

El hambre ha llegado a sus hogares, a sus nidos, su dieta milenaria se ha modificado, el plástico se incorporó a su alimentación junto con ese mal endémico que todo lo contamina, con el dióxido de carbono como base. Estamos en la agonía del mundo tal como lo hemos conocido,

Y en estos días, en los que Occidente conmemora la Semana de Pasión, quiero imaginarme a un coro numeroso de gorriones acompañando a Jesús, en ese hosanna bíblico del Domingo de Ramos entrando a lomos de un asno en Jerusalén.

Y estoy seguro que cuando el Señor estaba agonizando clavado en la cruz de todas nuestras infamias, una bandada de gorriones hacia presencia sobrevolando el Calvario del Gólgota.

Eran nuestros queridos y amable gorriones, compañeros de siempre, de todas las primaveras en las que de forma literaria se mata siempre a un ruiseñor.