Otro más a la papelera de la historia

Tomás García Morán
Tomás García Morán LEJANO OESTE

OPINIÓN

Alberto Estevez

23 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Un método infalible que siempre le ha funcionado a Convergencia ha sido el abrazo del oso. Es algo parecido a lo que hizo Tarradellas la primera vez que regresó a España del exilio: se reunió con Suárez, les faltó poco para llegar a las manos, y a la salida del encuentro dijo a los periodistas que todo había ido fenomenal.

Convergencia tiene patentado ese truco, y en esas redes ha caído ERC tantas veces como ha habido ocasión. Por eso muchas mañanas de los últimos meses amanecían con acuerdos cerrados, filtrados en los pesebres convergentes, que a mediodía se iban complicando con flecos interminables.

El truco se basa en que nadie en ERC es capaz de ser el primero en tirarse del barco. Ni cuando navegaba directo hacia las rocas y mucho menos ahora que está prácticamente hundido, con el casco hecho jirones y la mitad de la tripulación ahogada. Pero el abrazo del oso no funciona con la CUP. Desde luego, no en los grandes momentos. La supuesta incoherencia política de los anticapitalistas ha dado jugosos titulares. La asamblea que amañaron en Sabadell, con un empate a 1.515 votos; últimamente, el transformismo de Anna Gabriel, que ha pasado de pija-borroka a pija-pija en lo que se tarda en avión de Barcelona a Ginebra.

Pero en descargo de la CUP, hay que decir que a la hora de la verdad han demostrado que son inmunes a cualquier tipo de cálculo político y están dispuestos a perderlo todo solo por defender lo que piensan. Hace tres años mandaron a Artur Mas a la papelera de la historia. El resultado fue que bajaron de 10 diputados a 4. Y esos 4 que quedan ahora están encantados de haberlo hecho, porque los resistentes les votaron precisamente por eso. La CUP ha sido siempre un monstruo de dos cabezas: una independentista, nacida alrededor de Terra Lliure, y otra bregada durante décadas en el municipalismo haciendo oposición a la CiU del 3 %.

Los que quedan son, sobre todo, estos últimos, así que presentar a Turull como candidato, sin haberlo pactado previamente, como ha quedado en evidencia, es un ejercicio tan desesperado que demuestra lo mal que están los ánimos en el mundo indepe.

Turull ha sido un Sancho Panza de los Pujol, la estirpe que saqueó Cataluña durante décadas. El portavoz de CiU en las comisiones de investigación de los casos Palau e ITV. El que acompañó a los hijos del exhonorable y Ferrusola hasta las puertas de los juzgados tantas veces como fue requerido.

Su candidatura, que viene a ser como si el PP intentara volver a los años dorados de Aznar recuperando a Zaplana, ha durado exactamente una mañana, y ahora se va a la papelera de la historia, en la que empieza a haber overbooking.

La operación fallida de la CUP también deja en evidencia que Cataluña tiene, como diría el propio expresidente con residencia en Bélgica, «un pollo de cojones» con Puigdemont. El ridículo de ayer se habría evitado si el prófugo de Waterloo y su colega Comín hubieran renunciado al acta. Pero ha quedado claro que el presidente legítimo quiere ser el único con ese honor. Cosa que no habría ocurrido si ayer el Parlament eligiese a Turull y hoy Llarena lo enviara a prisión. Y ese era el ánimo que se palpaba ayer en el hemiciclo catalán y el que impregnó la mayor parte de los discursos.