La voz de Hawking

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

18 mar 2018 . Actualizado a las 13:21 h.

En el sintetizador de voz que utilizaba para hablar Stephen Hawking, el gran físico teórico que acaba de fallecer, había un control que le permitía hacer bromas: si lo activaba, la voz metálica que salía de él adoptaba un tono irónico e iba seguida de una risa. Lo usaba a menudo. Era muy aficionado a las bromas. Por ejemplo, le gustaba activar la «x» repetidamente en el teclado virtual de su ordenador para que sonase «sex, sex, sex, sex...» en los momentos más inoportunos. También le gustaba mover su silla para adelante y para atrás mientras daba sus conferencias. En una ocasión se cayó de una tarima mientras explicaba el universo. El público se quedó pálido y en silencio. A los pocos segundos se escuchó su voz en modo irónico mientras decía: «Parece que me he caído del borde del universo». Y después, la risa.

Aunque su enfermedad ya había hecho que su voz se fuese debilitando, en realidad Hawking perdió el habla de manera definitiva a consecuencia de una neumonía que obligó a practicarle una traqueotomía de urgencia. Al principio, para poder comunicarse tenía que usar un abecedario en el que, pacientemente, iba señalando cada letra con un movimiento de las cejas. Luego le proporcionaron un sintetizador de voz que había diseñado un ingeniero norteamericano. La tecnología era todavía incipiente y la voz -que era la del propio ingeniero que la había diseñado- sonaba como la de un robot, lo que hacía que pareciese que Hawking hablaba ya desde el futuro. Lo único que le molestaba a él era que tenía un fuerte acento californiano, algo por lo que siempre pedía disculpas, pulsando su botón de la ironía. Pero le tenía mucho cariño a esa voz prestada, seguramente porque era la que le había devuelto la posibilidad de pensar en alto. Incluso, en un extraño giro freudiano, se enamoró de la mujer del hombre que se le había instalado el sintetizador de voz en la silla de ruedas. Es por esto que, cuando mejoró la tecnología y quisieron actualizar todo el equipamiento, hubo que buscar aquel programa de voz concreto porque, aunque ahora existen versiones mucho más perfeccionadas, él no quería hablar ya de otra manera.

ED

No fue fácil. La voz la había creado una empresa llamada Speech Plus que fue luego vendida a Centigram Communications, que fue adquirida por Lernout & Hauspie, que fue absorbida por ScanSoft y que a su vez fue comprada por Nuance Communications. Pero, abriéndose paso en esta selva de compraventas, quiebras y OPAs, se logró encontrar, en un archivo perdido, una cinta con la voz robótica de Stephen Hawking.

Lo más curioso es que, al margen del «botón de la ironía», su voz robotizada sonaba a menudo con una extraña emoción cuando hablaba del universo. Era una mezcla de asombro y certeza, que es como suena una teoría cuando se explica con pasión. Su enfermedad había convertido a Hawking en una mente exenta, él mismo era un universo, un pensamiento que giraba sobre mismo casi al margen del tiempo. Porque eso es el universo: un tiempo ensimismado. Y aquella voz poseía esa misma sugerencia de infinitud sin eternidad que constituye el mundo de Hawking.

En la teoría de los agujeros negros, a la que él dedicó tanto tiempo, existe lo que se llama «el horizonte de eventos». Si algo lo atraviesa hacia el agujero negro, desaparece, pero no del todo, porque se funde en él y no todo se perderá. Stephen Hawking ha atravesado esta semana esa frontera. Le imagino diciendo lo que es la frase por la que existe la ciencia: «Ahora lo entiendo», seguido de una risa que resuena fuerte en todo el espacio.