Es una de las series estrella de la televisión en streaming: Black Mirror, que ya va por su cuarta temporada en Netflix, relata historias ambientadas en un futuro muy reconocible, en las que se nos muestran los efectos perversos de la tecnología. Quizás parte de su éxito sea que quienes la ven se han acostumbrado ya a algo que hace diez años parecería ciencia-ficción: pulsar el botón del smartphone y tragarse cinco títulos seguidos en una tele de 40 pulgadas. ¿Acabaremos como los personajes de la serie?, puede que nos preguntemos en algún momento, rodeados de nuestros nuevos cacharritos. En uno de los capítulos, una chica se vuelve medio loca intentando conseguir en las redes sociales los likes de todos quienes la rodean. La sociedad en la que vive ha creado un sistema de clases en función de esa puntuación y ella necesita un 4,8 para alquilar una casa de barrio pijo.
Ayer, mientras pagaba en el bar de la esquina, que tiene servicio de comida a domicilio, un camarero apresuraba al motorista de reparto: «Corre, que por enriba de que nos fai o pedido a última hora, aínda vai poñer unha foto en Internet criticando que lle servimos o helado derretido». Ya no hace falta conectarse al streaming para ver Black Mirrow.