Carl Jung, en su ensayo Wotan, calificó la personalidad del líder nazi Adolf Hitler como de «narcisismo maligno», añadiendo que su elección mayoritaria precisamente se debió a que era el peor de los alemanes. Con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ocurre una situación similar. La razón de su elección puede residir en lo que el director de cine norteamericano Robert Altman ha dicho: que los Estados Unidos se dirigen hacia la estupidez total. Dicho narcisismo se entremezcla con el llamado «síndrome de Peter Pan» (ahora de Donald Trump) Sus principales características reflejan elementos como la megalomanía, el chauvinismo, el desprecio hacia los demás, especialmente si los percibe como diferentes, la total falta de empatía -característica clave de todo psicópata -, una total ausencia de compasión y también de respeto por los más débiles y desfavorecidos, incluso, en algún caso crueldad. Su extraordinariamente inflado ego le hace presentarse al mundo de forma exhibicionista, como si fuera el centro del universo. Su desmesurado afán de sentirse admirado y obedecido ciegamente, mientras crea todo tipo de dependencias y sumisiones, hace que únicamente otorgue valor a aquellos que estén de acuerdo con él, le alaben de forma reiterada, enaltezcan su soberbia y se dobleguen ante él para practicar una inusitada y enfermiza beligerancia.
En su afán desmesurado por ejercer un control absoluto y totalitario de su mundo relacional, este tipo de personalidad patológica, que ya describimos en un relato anterior, trata obsesivamente de convencer a los demás de que la realidad externa debe de ser exactamente como él exige que sea. Para conseguir que su objetivo se haga realidad, no duda ni en poner en peligro de extinción nuclear a la humanidad con frases tan frívolas como infantiles -como «mi botón nuclear es más grande que el tuyo», con el que quiso rivalizar con el norcoreano Kim Jong-un en plena escalada dialéctica entre sus dos países-. Este pensamiento delirante se conoce en psicología como «seudología fantástica». Esa situación es propia de seres cuyas enfermas conciencias acaban por hacerles creer en sus propias mentiras. Al no soportar que no se esté completamente de acuerdo con sus opiniones y dictados, a la simple contrariedad reaccionan muy agresivamente, con una falta de autocontrol, irracionalidad e inmadurez que les convierten en seres extraordinariamente peligrosos. Su comportamiento puede incluso llegar a la violencia, desde dialéctica a física (que se puede manifestar en acciones tan poco propias de un líder democrático como son el veto a la prensa, los insultos y menosprecios reiterados a periodistas, políticos y actores, las amenazas a cualquier potencial enemigo, real o paranoicamente inventado, etcétera), a la vez que da rienda suelta a una ira y un odio impropios de una naturaleza y personalidad sanas.
Para Trump, el mundo es solo un escenario en el que él y su gran ego son los protagonistas principales y el resto no más que su público. Cuando se siente atacado se adelanta al peligro, real o imaginario, persiguiendo con saña a cualquiera que se ponga en su camino, uno exclusivamente destinado a servirse y pagarse a sí mismo. La deformación sistémica de la realidad conduce a delusiones que le hacen autodefinirse como un genio, pero donde todo lo que muestra es incultura, materialismo y superficialidad. Esto va acompañado de una grandiosidad infantilizada y una presunción extremas, además de impetuosidad y prepotencia. Su necesidad de ostentación le obliga a elevarse a sí mismo rebajando en todo lo posible a los demás, a los fuertes para evitar competencia y a los débiles para someterles y humillarles aún más (los «países de mierda» o «shit holes»). Como pronóstico médico, este tipo de enfermos suelen ser difícilmente curables, representando alter egos psíquicos de un cáncer galopante.
Siguiendo con el presidente Trump y su última familia, ya lo dejó dicho Albert Einstein: «El destino de las naciones no debe dejarse inevitablemente en manos de los irresponsables dueños del poder político». Tal vez su familia actual podría ayudar a librar al mundo de este peligroso inculto y embrutecido neandertal, un verdadero psicópata, del que lleva camino de contagiarse. De paso, Melania, ganarás un buen dinerito con la separación, por mucho que diga el refrán que «el dinero, la fama y el poder atraen a la mujer». Acabarás así con el infladísimo ego de Don: su ego-tismo, ego-ísmo, ego-centrismo y ego-latría. A no ser que se le adelante algún iluminado, que todo es posible. America first! (América primero) Pero el resto de la humanidad muchísimo antes que eso.