Cata... ¿qué?

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

07 ene 2018 . Actualizado a las 10:09 h.

Carles Puigdemont escribió hace 23 años un libro titulado Cata… qué?, en el que explicaba cómo había tratado la prensa extranjera los hitos del nacionalismo catalán y exaltaba, de paso, el procés con vistas a la consecución de la independencia de Cataluña. El objetivo del entonces periodista Puigdemont era conocer la visión que el mundo tenía de su país, para intentar cambiarla, mejorándola y amplificándola. Y esto se logró, dice el también periodista Carles Ribera en la reedición del libro en 2016, en la que añade lo que se ha dicho de Cataluña desde 1994 a 2016, un tiempo en el cual el «Cata… qué?» ya se habría convertido en un «¡Ah!, los catalanes de la independencia». Carles Puigdemont ya había dicho en 1994 que «lo que queda por hacer está en nuestras manos» y, como se ha visto, se aplicó a ello. Pero, claro, no basta con que el mundo sepa que existen «los catalanes de la independencia». Para ser cabal y correcto, debería hablar de los catalanes que quieren la independencia y que, como acaba de verse en la última cita electoral, no llegan al 50 %. Pero lo malo de algunos independentistas no es que sean independentistas, sino que, para serlo, están dispuestos a decir cualquier mentira, sostener cualquier patraña o reinventar la propia Historia (la suya y la nuestra). Porque llevan mucho tiempo entrenándose en este descaro falaz y patriotero. El problema ahora es que algunos se han topado con la ley, algo que, en mi opinión, debía haber ocurrido mucho antes, porque la ley ya estaba ahí cuando los procesistas disparaban sin parar contra la unidad de España y en pro de la independencia de Cataluña. «¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio», decía el científico Albert Einstein. ¡Y qué razón tenía… y aún tiene! Porque, si no se quiere pecar de ingenuidad, se ha de admitir lo difícil que va a ser desandar lo andado. Pero, justo por ello, sería una grave irresponsabilidad desatender la situación. Y esto requiere también responsabilidad, valor y, por supuesto, diálogo. Por fin, nos hemos enterado de las magnitudes del problema. Ya no cabe fingir que no se sabía nada. Ahora se trata de subir juntos la cuesta con talento y con serenidad.