Cuando la Justicia prevarica

OPINIÓN

Enric Fontcuberta | EFE

26 oct 2017 . Actualizado a las 07:36 h.

El gran ausente del procés, y la clave para entender la impotencia del Gobierno ante la avalancha de deslealtad y estupidez que se abatió sobre España, es el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC), que teniendo delante de los ojos los flagrantes y continuados delitos cometidos por el presidente de la Generalitat y otros cuatro aforados, no ha movido ni un dedo para frenarlos. Y, lejos de cumplir sus deberes, se mantiene agazapado, como un conejo, detrás de los muros del Palacio de Injusticia. También me quejo de la Fiscalía adscrita a ese Tribunal. Porque, por simple miedo a fracasar en su defensa de la legalidad, no pone en evidencia a los jueces delante de una estupefacta ciudadanía que ve como la Justicia persigue a titiriteros, tuiteros que escriben bobadas y a concejalas que enseñan en la iglesia sus tetas desnudas, mientras los mayores delincuentes que operan contra el Estado siguen impunes en sus palacios, cobran del Estado por hacer la revolución, pagan a sus peones con dinero público, y exhiben -en todas partes, menos en el Senado- su firme voluntad de abolir, mediante el caos, el orden constitucional. 

Todo esto lo saben los magistrados del TSJC, que a veces incluso lo comentan, con la cara colorada, delante de personas que les afean su cobardía. Pero ante el miedo a ser tenidos por lacayos del Estado, o a perder su máscara progresista, prefieren prevaricar, dejar impunes los crímenes, y mantener al Gobierno aislado, mientras estudian cómo frenar -con la disculpa de algún trámite fulero- la represión franquista urdida desde el Estado. La mayor pesadilla que sufre España, la que hace imposible lo fácil, y la que inyecta duras dosis de desprestigio y aparente desproporción en el Gobierno - último reducto defensivo del Estado- es la inacción de la Justicia, que mandó a la cárcel, sin necesidad, a dos activistas callejeros, mientras mantiene en sus despachos a los artífices de una rebelión contra la misma Constitución que juraron cumplir y hacer cumplir. Con un Parlamento bizantino y dividido, que -con ayuda del PSOE- le hace la ola al populismo independentista, y con la Justicia tomando unas cañas en el bar de la esquina, todo apunta a que lo mejor que puede pasar -lo peor es la ruptura del país- es que el desorden político y jurídico se enquisten en Cataluña, mientras preparamos un encaje negociado que premie a Puigdemont por sus travesuras y reorganice sus huestes para el próximo asalto. Porque nuestra Justicia solo vale para masacrar alcaldes y concejales con sumarios que nunca se cierran, para poner orden en Coria o Tui, y para decir -¡desde hace 40 años!- que carecen de medios. De medios, se entiende, para actuar al sur del Ebro. Porque en Cataluña sigue mandando Wifred el Pilós. ¡Y no pasa nada! Porque «cuando la sal se vuelve insípida ya no hay con qué salarla».

Todo apunta a que lo mejor que puede pasar ya es que el desorden político y jurídico se enquisten en Cataluña