Se puede estar en desacuerdo con Mariano Rajoy, como me ocurre tan a menudo, pero parece locura minusvalorarlo. Rajoy es un killer tranquilo, pero mata de verdad. No me da la columna para listar todos sus muertos, inventario que encabeza José María Aznar, y en cualquier caso, él mismo se ha ocupado de recordar una parte hace unos días, cuando dijo, con otras palabras, que todo el mundo le dice qué tiene que hacer, pero que él hará lo que le pete y cuando le parezca. Como si se hubiera hartado un poco, no de ser un killer, sino de intentar no parecerlo. Al día siguiente los bancos empezaron a irse de Cataluña y luego otras empresas. Quizá empujados todos por el miedo, las caídas en bolsa o por... lo que dicen los independentistas. Es decir, empujados por el killer que, de paso, ha dejado a su Pedro Sánchez del alma -no le perdonará nunca el insulto en aquel debate- en la pose menos airosa posible, incluso con los propios socialistas. El paso de los días deshilachó el relato violento del domingo, vinieron el Rey y la cacerolada durante el discurso de Puigdemont (entro en Google para ver si lo he escrito bien, apenas pongo «Puig» y el buscador me ofrece «Puigdemont cárcel»). Llegó el Sabadell anteayer; Gas Natural y CaixaBank, ayer. Veremos qué pasa hoy y cómo acaba la manifestación de mañana. Seguramente, de nuevo, parecerá que otros le han hecho el trabajo, mientras Mariano se fumaba un puro enorme tan tranquilo y leía el Marca. Aunque quizá prefiera ahora La Vanguardia, de pronto reubicada una vez más. Un signo de los tiempos. Si el conde de Godó se ha movido, es que el sol calienta por otro lado. Por el lado del que nunca hace nada, como diría un afamado locutor deportivo.
@pacosanchez