Hace más de dos mil años que los romanos descubrieron que en los asuntos de la polis siempre hay truco. Y que los buenos trucos consisten en enseñar una cosa para ocultar otra. Es la filosofía del pan y circo. Los más románticos creen que el circo moderno es el fútbol, los más irreverentes creen que es la soberanía de Gibraltar y los más cínicos saben que es la tele. Pero no, el circo del siglo XXI, o de los años diez, o de como sea se llame
esta década, es la Audiencia Nacional. Tú pones la tele por la mañana, te enteras de que han detenido a quince concejales porque cobraban sobresueldos y protestas, dices que son todos iguales, que menuda vergüenza trabajar para estos jetas y a otra cosa. Qué más da cómo acabe el asunto.
Si el que comparece es el presidente del Gobierno ya es el colmo. Porque da igual que Rajoy no aclare nada del fondo del asunto -si el PP se financió ilegalmente-. El hombre llega por allí, dice que todo el tema contable lo llevaba su marido... ay, no, no, no, perdón, eso fue otra, persona... El hombre llega por allí y dice que «jamás» -toma adverbio- se ocupó de la economía del partido que preside y protestamos, decimos que son todos iguales, que menuda vergüenza etcétera. Y a otra cosa.
Aunque, como iba de testigo, con obligación legal de no mentir, a Rajoy se le escapó alguna verdad, así como sin querer. «Hacemos lo que podemos no tiene ningún significado», dijo. Tomamos nota.