Con la candidatura de Susana Díaz a las primarias la continuidad del PSOE como partido socialdemócrata, caso de que triunfase en las mismas, parece más que asegurada. Resultó reconfortante ver cómo todo el aparato socialista apoyó a la andaluza. González, Zapatero, Guerra, Rubalcaba y tantos otros socialistas históricos no dejaron lugar a dudas sobre quién debe manejar la organización para volver a ser alternativa de gobierno. Con Pedro Sánchez, el PSOE seguiría a la deriva siempre dispuesto a ponerse en manos de Podemos. Para Susana Díaz, Podemos es tan rival como el PP. Quiere que su partido vuelva a tener peso específico por sí mismo, y no a base de pactos con una izquierda radical que terminaría por fagocitarlo.
Por mucho que se quiera negar, ideológicamente PP y PSOE están más cerca que lejos. Es cuestión de matices y postureos. Por el contrario, las pretensiones de Podemos para la gobernabilidad de España se encuentran en las antípodas del ideario socialdemócrata. Son leninistas y bolivarianos, y si Sánchez sigue en sus trece de pactar con ellos para apartar al PP del poder, quizás debiera ir pensando en cambiar de partido.
A mi entender, dos fueron las cosas que González y compañía le quisieron transmitir al despechado Sánchez. Que el programa del PSOE y de Podemos se parecen tanto como un huevo a una castaña. Y que los socialistas se bastan y se sobran, si se hacen bien las cosas, para gobernar sin bajarse los pantalones ante nadie.