La competitividad de Galicia

OPINIÓN

20 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Sin duda alguna el territorio constituye una variable activa en los procesos de competitividad. Interviene, junto a la organización de la producción, en el éxito económico de un país y forma parte de los indicadores básicos para un resultado competitivo de las empresas allí localizadas. Defender la tesis de que un territorio es una variable básica en la competencia internacional consiste en hacer valer su capacidad para atraer inversiones en bienes y servicios; y, al tiempo, reivindicarse como reclamo y atractivo para los ciudadanos. 

Hoy en día cobra mucha relevancia la importancia de definir una estrategia-país como palanca para el desarrollo. Pero siempre que hayamos entendido los procesos derivados de la globalización y de la hipermovilización de algunos factores de la producción (como el capital, la tecnología o las personas), y teniendo en cuenta tanto la reducción de los costes de los transportes (que generan mayor accesibilidad y mejoran la conectividad) como la disminución de los aranceles (que incentivan una mayor integración de los mercados y un incremento del comercio internacional). Es decir, cada territorio ha de saber enfocar su estrategia, definir su programa y procurar disminuir la fricción económica relativa a la distancia entre los recursos y los mercados.

El último informe de la Comisión Europea sobre la competitividad regional, publicado hace unos días, no deja en buen lugar a Galicia. El índice que nos asignan en las tres dimensiones del indicador regional es notablemente más bajo que en años anteriores. O sea, subrayan una notable disminución de nuestra capacidad atractiva y seductora a lo largo de los últimos seis años. Lo hacen tanto en el campo de los indicadores básicos (los relativos a las instituciones y a las infraestructuras) como en los que representan la dimensión de la innovación (referidos a la tecnología, negocios sofisticados e innovación) y en el campo de la eficiencia (los anotados en la educación superior, mercado de trabajo, y tamaño del mercado), ocupando, en todos ellos, puestos en el último cuartil del ránking. Solo mejoramos esas posiciones para situarnos entre las 70 mejores regiones europeas, de las 263 existentes, en lo que concierne a los indicadores referidos a la estabilidad macroeconómica, a la salud y a la educación básica.

Conocer esta situación significa dos cosas. La primera, resaltar que formamos parte de aquel grupo de territorios que todavía no fueron capaces de afrontar reformas con las que superar los atrasos, los efectos y las huellas de la historia y de las crisis recientes. Y, en segundo lugar, que se abren oportunidades para enfocar una nueva era, en la que se puedan corregir pautas y actuaciones escasamente exitosas.

Claro está que lo peor, y no recomendable, es ponerse una venda en los ojos, para no ver la realidad.