¿Merecen respeto todas las opiniones?

Jesús Merino EN VIVO

OPINIÓN

07 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

No sé si habrá estudios que sustenten esta aseveración, pero me voy a atrever a afirmar que uno de los rasgos más característicos de los humanos es que somos unos animales a los que nos encanta opinar.

Habitamos el mundo gracias al lenguaje, y, desde que nacemos, vamos adquiriendo una notable habilidad en fusionar sujetos y predicados. Somos valorados y valoramos. Somos definidos y definimos. Somos juzgados y juzgamos. Así que casi siempre tenemos una opinión dispuesta para casi todo.

En las sociedades democráticas la palabra de los ciudadanos es relevante, y se supone que el éxito electoral de nuestros representantes tiene que ver con la valoración que nos inspiren. La opinión pública es una pieza codiciada por los poderes, que, cada poco, nos obsequian con estudios sociológicos que la retratan. Las redes sociales se han convertido en un inmenso torbellino de dimes y diretes donde el anonimato fomenta la proliferación de los más pintorescos puntos de vista. Y aquí empieza el lío.

El esfuerzo de muchas personas que nos han precedido ha conseguido que se reconozca en las legislaciones de muchos países el derecho a la libertad de expresión. A partir de ahí se ha instalado en nuestra mente la idea de que toda opinión es respetable, de que cualquier cosa que digamos merece su lugar al sol en el mercado del pensamiento. Solemos decir muy ufanos eso de «respeto tu opinión, pero no la comparto». ¿Qué hay detrás de esa afirmación? Si no comparto una opinión es porque creo que la mía es mejor, y, si voy un poquito más allá, es porque la otra está directamente equivocada. ¿O no? ¿Realmente podemos asumir que todas las opiniones merecen respeto?

Absolutamente, no. Hay opiniones infundadas, tendenciosas, no justificadas por los hechos… cuando no directamente falsas o maliciosas. Y ninguno de esos puntos de vista merece ningún respeto, sino una crítica fundamentada. Otra cosa es que en los estados que respetan los derechos humanos se puedan emitir opiniones libremente, aunque sean absurdas. No hay que confundir la libertad para decir con el hecho de que lo que digamos tenga sentido.

Nuestra responsabilidad como ciudadanos conscientes y libres es permanecer alerta y hacer un atento escrutinio sobre la desmesurada actividad opinadora a la que nos vemos expuestos cotidianamente.

La persecución incansable de la lucidez es una de las mejores tareas a las que podemos dedicar nuestras energías. Si renunciamos a pensar por nosotros mismos, otros nos pensarán. La decisión es nuestra.