Cuando Francia estornuda

OPINIÓN

06 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando Francia estornuda el mundo se acatarra. Y no porque su grandeur, su centralidad y su poder sigan marcando tendencia -que ya no es así-, sino porque Francia, un país hecho de encarga y destinado a ser rico, feliz, avanzado, acogedor, imponente y hermoso, se ha construido, además, una historia política gloriosa, al alumbrar y extender las revoluciones liberales, los derechos fundamentales y todas las libertades que hoy nos parecen naturales y consustanciales al género humano. Por eso debemos mirarnos en el espejo de Francia, para preguntar qué nos pasa y cómo podemos evitar los barrancos.

Cuando los españoles nos miramos el ombligo, caemos en la tentación de recurrir a los viejos fantasmas que fundamentan nuestras falsas y acomplejadas explicaciones: siempre fuimos cafres; los rescoldos de la dictadura siguen calientes; Felipe II era malo; los Reyes Católicos asoballaron la plurinacionalidad del Estado; no comprendemos a los catalanes, y la Iglesia católica nos arrebató la inteligencia y los estilos de convivencia heredados del islam. Y así, a base de estupideces, somos capaces de justificar todos los lodazales en los que gratuitamente nos metemos, sin necesidad de hablar de nuestros errores y responsabilidades. Pero cuando esto pasa en Francia, al dar por supuesto que allí son listos, pacíficos, antiimperialistas, plurinacionales y laicos, nos vemos obligados a admitir que algo está pasando en el mundo, y que mejor será reflexionar con serenidad antes de abrazar airadamente la revolución populista.

Y en Francia pasa que un socialismo en crisis, sin proyecto y sin líderes, hace imposible la alternancia. Que la derecha, acosada por sus malas prácticas, está siendo maniatada por el fundamentalismo judicial, por procesos hechos a la carta -lo dice Fillon, no yo-, y por una opinión pública banal y espectacularizada que trabaja a destajo a favor del populismo. Que el poder sindical y el progresismo yupi de las clases medias están impidiendo la modernización de las pequeñas y medianas empresas, que entran en abierta contradicción con la imparable dinámica de globalización de sus grandes corporaciones industriales y financieras. Y que, mientras se lían en este enorme guirigay, la señora Le Pen puede cantar bingo, aunque para ello amenace con irse de la UE y del euro, servir al glorioso Le Trump, y reponer la pureza racial y nacional de la ejemplar y silenciada República de Vichy.

Por eso hay que admitir que estamos jugando con fuego, y que en todas partes se ha perdido la orientación democrática. La gente sueña con que, partiendo de la indignación colectiva, se puede reponer el paraíso terrenal de la soberanía y la moral nacionalista. Y nadie se da cuenta de que, en medio de la vorágine, el arcángel San Miguel está encendiendo -otra vez- su terrible espada de fuego.