Luces de la ciudad

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

10 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

La proximidad de la Navidad se manifiesta con una orgía lumínica que enciende las noches de las ciudades los primeros días de diciembre, llenando de colores las calles principales con mensajes de arcadas pobladas de estrellas de neón que proclaman que en esta parte del mundo ya faltan pocos días para celebrar la fiesta navideña.

El mensaje del día original se camufla entre secuencias de luces colgadas «en el techo» de las calles, adornando escaparates, o reiterando unas melodías machaconas con la banda sonora de un universal Merry Christmas. Nada hace recordar que el día 25 de diciembre se conmemora que en las cercanías del pueblo de Belén nació Jesucristo para cambiar la historia del mundo y de los hombres.

Ya ni siquiera se conocen actualmente los orígenes de Santa Claus, el san Nicolás que llegó a Holanda llevando naranjas españolas para convertirse en el Papá Noel que la imaginación infantil y la iconografía nórdica hicieron que cabalgara los cielos en un carro tirado por renos para atravesar la mar y dejar en los hogares norteamericanos los regalos que esperan todos los niños del mundo.

La Navidad europea es la fiesta urbana de las luces como en su día las muchachas escandinavas festejaban una noche al año, la de Santa Lucía, el 13 de diciembre, anunciando el solsticio y la llegada del invierno.

A primeros de este mes, suelo visitar la frías ciudades europeas y sus espectaculares mercadillos navideños. Desde Berlín o Múnich hasta Lucca o Burdeos he visto cómo las vísperas navideñas se han convertido en una larga secuencia de iluminaciones que van desde la decoración tradicional a las creaciones mas vanguardistas, que sustituyen a los antiguos farolillos con bombillas coloreadas al prodigio de la iluminación led programada para sorprender al caminante.

En España sucede lo mismo y, desde finales de noviembre, las ciudades se visten de colores, compitiendo entre sí e invitando a ser visitadas, pues la apuesta de encender la Navidad se ha convertido en un argumentarlo para el reclamo turístico en temporada baja.

Atrás, muy lejos, quedó el árbol navideño, con sus bolas de colores y la cinta plateada que subrayaba al abeto situado en las plazas principales. Se desterró prácticamente el entrañable nacimiento, para «no herir» la cultura de otras religiones, y allí donde se instala un pesebre, se hace con una discreción que raya la clandestinidad. Debe de ser el signo de los tiempos, mientras abrazamos con un lazo rojo la nueva estética de la Navidad que vino para quedarse, para instalarse en el corazón urbano de los países ricos, a los que ya no viene el ángel que anunciaba el deseo de paz en la tierra, y que hoy no encuentra un hueco para colgar la pancarta entre las chaplinescas luces de la ciudad.