Esta semana los comerciantes de Ourense, según contaba nuestro periódico, se apoyaron en celebrities para aumentar las ventas. Pensarán, los comerciantes, que es una gran idea. Parece un hábito que el comercio se apoye en famosos para acercarse a los posibles compradores. A Ourense llegó Carmen Lomana. A otras de nuestras capitales acuden a menudo los príncipes y princesas del papel cuché y la televisión más divergente. Hace años, incluso se interrumpió una de mis clases de literatura para que un concursante de Gran hermano impartiese una charla en el campus. Los muchachos tenían que elegir entre él y mi Borges y, obviamente, se fueron con él.
Estas pequeñas cosas, que a mucha gente le parecen menores, constituyen el verdadero germen de la decadencia de la civilización. El deterioro de la cultura y el conocimiento y la sabiduría en grado sumo. Son disparos que, en virtud de lo políticamente correcto y de la libertad mal entendida, están aniquilando lo poco de altura intelectual que nos va quedando.
He dicho muchas veces, vuelvo a repetirlo, que yo acabaría de un plumazo con toda esta fauna de necios que han conquistado España. Los llevaría al horario nocturno de verdad. Donde se instalan habitualmente los programas culturales de las televisiones. Y todo amparándome en el derecho que tiene la ciudadanía a no ser contaminada por estas ballestas que agujerean el buen juicio, el sentido común, la ilustración y todo lo que hasta la fecha se había conseguido. Hasta mi madre, pobrecita, me ha pedido hace quince días que le comprase todas las revistas en las que aparecía un tal Kiko Matamoros y una señora que responde al apelativo de Makoke. Por supuesto, se las he comprado. Incluso le pregunté si querría otras revistas protagonizadas por otros bastiones de la actualidad. Me dijo que era suficiente.
Yo también me he rendido. Ellos y ellas han ganado. Son las celebrities las que en verdad dirigen España. Aquí se nos hace la piel jirones con la política, o la corrupción de la política, y probablemente no existe nada más putrefacto en España que estos que carecen de todo mérito para ser relevantes y, sin embargo, lo son. Propongo crear cátedras al respecto. Propongo que los investigadores dejen de investigar células o agujeros negros y se instalen en la desdicha del presente. Que hablen de sus trapos, de sus bodas, de sus hijos e hijas, de sus drogas y sus borracheras, del meollo de la cuestión: la nada.
Se nos extinguen las luces. No es asunto baladí. Y así, mientras el Gobierno siempre se ha cruzado de brazos ante esta lacra, contemplamos cómo la actualidad viene marcada por la pestilencia. Hasta los comerciantes quieren vender sus productos amparándose en la solemne necedad. A mí me queda escribir columnas como esta. Aunque, lo sé, de nada sirvan. Soy un vencido.