¿Pagarán impuestos los robots y los servidores o vamos hacia una nueva sociedad feudal?

OPINIÓN

25 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

La búsqueda de nuevas figuras impositivas que sustituyan a los grandes impuestos en boga es una necesidad que se plantean hacendistas y legisladores porque el limón de los actuales está casi exprimido. Entre los filones descubiertos en las excavaciones figura el impuesto a los robots, a los servidores de Internet y a la velocidad de descarga. Los primeros, que están sustituyendo a los humanos a pasos agigantados mientras estos van al paro y a cobrar el subsidio de desempleo, la renta mínima, el complemento salarial o la jubilación, tributarán por el trabajo que hacen y por el que destruyen. Lo mismo ocurrirá con los servidores que almacenan y distribuyen información en forma de datos, y con la velocidad de Internet, para la que habrá una mínima exenta y básica, y otra superior a la que se aplicará un impuesto universal y progresivo.

Todos tendrán que aplicarse si no queremos volver a la sociedad feudal por la denominada economía colaborativa, o economía del siglo XXI, que numerosos gurús, libros, conferenciantes y charlatanes contraponen a la vieja economía que fabrica coches, lavadoras o zumos.

Estos evangelizadores de las fascinantes transformaciones liberadoras que nos esperan y que tanto beneficio se supone que traerán, acabando con la actual sociedad vertical y jerarquizada y sustituyéndola por otra horizontal y en red, han sido puestos en la picota por Andrew Keen en un libro de notable interés: Internet no es la respuesta.

En sus páginas el autor aporta pruebas y argumentos suficientes para demostrar que en Internet no manda la gente, sino unos cuantos plutócratas que se forran con empresas que apenas tienen empleados, cotizan donde les da la gana y huyen de los reguladores como alma que lleva el diablo. Keen demuestra que en Spotify no ganan ni los autores ni los intérpretes, sino los propietarios de la plataforma; que en Airbnb se forran sus dueños con gente que quiere alquilar sus casas saltándose a la torera los requisitos de los hoteles, o con Uber y los taxistas, los usuarios y los propietarios de vehículos.

Según Keen, la llamada economía colaborativa o nueva economía se está cargando a los músicos, a los hoteles, a los taxistas, a los periodistas, a los fotógrafos, a los editores y a todo lo que se le pone por delante. Y lo mismo ocurre con Google, Facebook, WhatsApp o Twitter, cuyos riquísimos dueños facturan miles de millones de dólares a cambio de comerciar con nuestros datos y para quienes -dice- solo somos unos seres de cristal que les enseñamos todo.

Los predicadores de ese capitalismo se ríen de las normas actuales porque les parecen caducas, pero no aportan otras que permitan mantener, aunque sea por asomo, nuestros derechos y libertades. Por eso no conviene olvidar que esas reglas son las que, tras siglos de lucha, nos sacaron de la sociedad feudal para convertirnos en ciudadanos. Tal parece que es a esos años oscuros adonde nos quieren devolver si no se pone remedio con acuerdos internacionales o con un gobierno mundial, que llegará y del que otro día hablaremos.