La embestidura

Francisco Ríos Álvarez
Francisco Ríos LA MIRADA EN LA LENGUA

OPINIÓN

03 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El probo y parsimonioso presidente del Gobierno en funciones, que aspira a prescindir del carácter circunstancial del cargo, se ha sometido esta semana a la envestidura o investidura y a una buena embestidura. No nos extrañemos, pues, si el voluntarioso trotador que es don Mariano ha quedado al borde de la extenuación.

Comenzó la cosa con la sesión de investidura, la acción de investirlo como jefe del Gobierno, es decir, de conferirle tan importante puesto. En tiempos pasados se usó más envestir que investir. Y no envestía una Cámara, sino el soberano que tenía el alto y supremo dominio de un reino, país, feudo, Estado, etcétera, que confería a otro la potestad, jurisdicción y posesión de él, para que lo gozase y poseyese, y ejerciese sobre él y sobre sus habitadores lo que le saliese del gorro, como príncipe y señor. A su vez, el investido se obligaba a servir al soberano como su vasallo cuando fuese preciso.

En la ceremonia correspondiente, la investidura se simbolizaba con la entrega de un objeto, como una espada o un estandarte. Si el investido era un eclesiástico, recibía un anillo o un báculo pastoral. Echamos en falta el que debería corresponderle hoy a nuestro jefe de Gobierno, para el que podría reclamarse una réplica dorada de las llaves del palacio de la Moncloa.

Investir procede del latín investire, ‘revestir, vestir con una vestidura’. La cosa viene de que en la ceremonia se echaba sobre los hombros del investido un ropaje a modo de manto real. Tradicionalmente se investía con o de la dignidad o el cargo. Hoy también se inviste presidente -sin preposición- o como presidente.

Y aunque actualmente prevalece la forma investir, aún se enviste de vez en cuando. Así, por ejemplo, cuando Benedicto XVI llegó al pontificado, el aristocrático ¡Hola! recurrió al añejo envestidura.

Volviendo al calvario de don Mariano, que no calvario mariano, nuestro sufrido candidato se ha sometido, en la misma sesión cuyo fin era su investidura, a la embestidura o embestida de los portavoces parlamentarios que se las tenían guardadas. Alguno llegó al borde de la evisceración. Lo de que más cornás da el hambre es un tópico, a la vista de las laceraciones que los embestidores diputados infligieron al candidato.

Otros colegas de nuestro hombre, más próximos a él en las ideas y en las afiliaciones, se disponían a embestirlo en otro sentido, pues embestir es también acometer a alguien pidiéndole limosna o prestado, o bien para inducirlo a algo. Don Francisco de Quevedo nos pone un ejemplo: «Viernes: es buen día para huir del acreedor, y de la ejecución, y de la embestidura meridiana de los panzas al trote».

Pues eso, cuidado con los panzas al trote, que le van a llover al investido cuando lo sea.