Pues aquellos que se escandalizan de que se haya pagado un rescate por los periodistas españoles secuestrados en Siria y liberados hace unos días tras diez meses de cautiverio deben saber que esta no es una práctica nueva ni rara. Por Miguel de Cervantes, en 1575, los monjes trinitarios tuvieron que pagar un rescate de 500 escudos a un corsario turco que lo tenía preso y esclavo en Argel. Y el propio Felipe II, unos años después, en 1595, paga el rescate del jesuita Pedro Páez, que en su camino a Etiopía había sido secuestrado por los turcos y retenido en Omán y Yemen, siete años antes. En aquellos tiempos Orán era lugar de encuentro de apátridas y aventureros, esclavistas y secuestradores, y más parecía la cantina de Mos Eisley, la de La guerra de las galaxias, como cuenta Javier Reverte en su recientemente publicado El hombre de las dos patrias, un viaje al país africano tras las huellas de Albert Camus, que, por cierto, fue amante de la actriz coruñesa María Casares, con cuyo nombre muchos queremos rebautizar al teatro Colón de nuestra ciudad. El padre de María, Santiago Casares Quiroga, había sido presidente del Gobierno de la República con Azaña, y marchó al exilio en 1939. En París ella se hizo una de las actrices más importante de su tiempo y compaginó el teatro clásico con el existencialismo francés de cuyo auge fue testigo. Como se ve, todo anda revuelto desde hace mucho, y por aquí las rubias se mezclan con las marelas. Y menos mal.