Miguelón

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

15 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En una entrevista al presidente de la Asociación Europea de Arqueología, el investigador del CSIC y coruñés de origen, Felipe Criado Boado, afirmaba que la arqueología no es solo cosa del pasado sino que sirve para leer el presente. Una verdad categórica.

Tiene 400.000 años de edad y es único en el mundo. Miguelón es el nombre que los investigadores pusieron al cráneo de un varón encontrado en el yacimiento de la Sima de los Huesos, en la sierra de Atapuerca (Burgos), la primera reconstrucción de la cabeza del llamado Homo heilderbengensis, que fui a conocer a propósito en un reciente viaje a Atapuerca.

Mirando la imagen reconstruida de Miguelón recordé la afirmación de Criado. Por mi cabeza empezó a desfilar la tribu de miguelones que conozco y con quienes mantengo un trato cordial. Si la historia de Miguelón y su paleofisonomía es cierta, entonces no es verdad que sea único ni que esté extinguido, existen decenas de miguelones coetáneos.

En un posterior ejercicio de campo por la calle Sombrerería burgalesa, los vi tomando vinos y morcilla con el mismo deleite con se debían comer el rinoceronte lanudo de Atapuerca hace miles de años. La única diferencia es que la mayoría vestían vaqueros y llevaban móviles de última generación.

Viéndolos en su territorio original, no pude por menos que pensar en lo probable que es que, dentro de miles de años, un grupo de concienzudos arqueólogos descubran a golpe de pico y pincel a alguno de nosotros con todo su ajuar de aparatos tecnológicos. Probablemente publicarán el hallazgo en las más prestigiosas revistas holográficas del momento y nos etiquetarán como un Homo tecnus, posterior al sapiens y anterior a lo que en aquel entonces seremos. ¡Sabe Dios!

Igual que Miguelón se distingue porque no tiene barbilla y su cráneo es más pequeño, nosotros seremos identificados por no tener tan desarrollado el dedo pulgar como seguro que tendrán nuestros descendientes gracias a la hipertrofia funcional derivada del uso de wasap.

Algunos sabios especularán con que las cicatrices encontradas en muchos de nuestros cuerpos momificados se deban a heteroagresiones o actos de canibalismo tribal como se piensa que ocurrió con los miguelones; nadie caerá en la cuenta de que simplemente son cicatrices estéticas a las que nuestra especie es tan aficionada.

Vayan a Burgos, déjense empapar por el alambique histórico que tiene esa ciudad, vean la Fundación y el Museo de la Evolución, paseen por sus callejas, cómanse una morcilla al lado de un miguelón, dense una vuelta por la comarca de las Merindades y verán que la cultura es lo que queda después de haberlo olvidado todo.

Un buen viaje para vivir el pasado y recordar el presente.