Banderas arriadas

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa FARRAPOS DE GAITA

OPINIÓN

24 mar 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Cada vez que una de las múltiples formas que adopta el terrorismo -por desgracia, la innovación del mal no tiene fin- nos sacude un zarpazo, los ciudadanos europeos nos devanamos los sesos para escarbar en el fondo de la historia en busca de nuestra propia culpa. Es tal el complejo de superioridad acumulado durante siglos que hasta cuando otros nos propinan un daño insoportable somos capaces de retorcer los argumentos y la cadena de causas y efectos para atribuirnos la única responsabilidad de que nos asesinen y hagan saltar por los aires nuestra forma de vida. Este extraño y viciado complejo de culpa probablemente sea una herencia inevitable de nuestro pasado colonial y de la mala conciencia por la intervención de Occidente en los conflictos que se han sucedido desde la ya lejana guerra del Golfo. Un complejo aumentado y corregido ahora por las duras -y muy razonables- autocríticas respecto al acuerdo alcanzado entre la Unión Europea y Turquía para meter bajo la alfombra la tragedia de los refugiados hacinados en campos en las mismas fronteras del bienestar.

La imagen más dolorosa de ese trauma con el que Europa se castiga a sí misma sin la mínima compasión es la que vimos hace unos días en nuestras ciudades, cuando ciertas autoridades decidieron arriar en los balcones oficiales la bandera de la Unión Europea. Un estandarte que si algo ha significado es paz, prosperidad y libertad. Olvidando todo eso, se dejó la enseña azul con sus estrellas amarillas arrugadas al pie del mástil. Fue un triste presagio, porque ayer mismo hubo que bajar a media asta las otras dos banderas -la gallega y la española- para llorar en los balcones a los muertos de Bruselas.