Es muy comprometido en estos días de negociaciones -o de precampaña para unas eventuales elecciones repetidas- poner ejemplos de entendimiento. Después de la brecha entre PSOE y Podemos que se puso en evidencia en la sesión de constitución del Parlamento, ayer Pedro Sánchez aflojó un poco y vino a decir que las dos formaciones están condenadas a entenderse. Y uno de los lugartenientes de Pablo Iglesias convirtió la línea roja del referendo de Cataluña en una propuesta para debatir. Lo que un día parece imposible al siguiente es probable. Pero mañana puede ser un obstáculo insalvable. Que los aliados pasen a ser rivales, o viceversa, es cuestión de oportunidad (y oportunismo).
Sánchez, si persiste en su deseo de ser presidente a toda costa, va a necesitar los votos de Podemos y sus aliados. Es decir, también de los seis diputados gallegos de En Marea, la formación nacida de los grupos que lograron, por ejemplo, las alcaldías de A Coruña y Santiago. Esas dos ciudades paralizadas siete meses después de las elecciones del mes de mayo, en opinión de José Luis Méndez Romeu, portavoz del PSOE en el Parlamento de Galicia. «Si esta é a nova política, non creo que vaia ter moito recorrido», arremetió Méndez Romeu.
Si alguien quería ejemplos de que es posible el acuerdo entre los socialistas y quienes los denuestan como conspicuos representantes de la casta podría mirar a Ferrol. Aunque hacerlo no sea ya a estas alturas muy edificante. Con apenas doscientos días de vida, el acuerdo suscrito entre PSOE y Ferrol en Común para desalojar al PP de la alcaldía ferrolana se resquebraja. Desconfianza y falta de respeto mutuo son ingredientes para que un pacto nazca muerto. O inútil.