El alzamiento de Pascua en Dublín en 1916 estuvo liderado por tres poetas: Pádraig Pearse, Thomas McDonagh y Joseph Mary Plunkett. Había también un profesor de gaélico que tocaba la gaita, y un periodista que componía letras. Todos ellos fueron fusilados. Galicia, como Irlanda, como Portugal, es tierra de poetas. Y las poetas, las poetas, son absolutamente necesarios para la higiene moral de una sociedad moderna. Decía Rubén Darío en sus memorias que un día en Madrid conoció a un viejo modestamente vestido y que resultó José Zorrilla, que, tras haber hecho millonarios a sus editores y a los productores teatrales con su Tenorio, vivía en la pobreza. La sociedad que trata así a sus poetas no los merece. Y sin embargo poetas ha habido que han sido reconocidos en su tiempo, como el propio nicaragüense, o Neruda, embajador de Chile en París; como Václav Havel o Leopoldo Senghor, que llegaron a presidentes de sus países. Esta semana recibió su cartera del Congreso de los Diputados Miguel Anxo Fernán Vello, al que la Academia Galega ya le está debiendo un sillón. Hace poco un diputado pidió a un amigo mío editor un libro para un compañero del Congreso, y a la pregunta de este sobre el partido del destinatario lector, le contestó el diputado que era un bedel. Pues a ver si el ejemplo va cundiendo.