Regreso al pasado (II)

Albino Prada
Albino Prada CELTAS CORTOS

OPINIÓN

06 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Entre las cosas sucedidas en las últimas tres décadas que conforman una muy mala herencia para construir una sociedad mejor estaría el creciente desprecio por el sector público, la reclamación de una reducción de la tributación y de un Estado mínimo, el triunfo de la idea de que una alta tributación inhibe el crecimiento, el triunfo del individualismo frente a cualquier propósito común, la creencia de que la desigualdad creciente podría ser virtuosa y creativa y de que el despilfarro de unos se acompañaba de la pobreza invisible de otros o que se había averiado el ascensor social.

Todo ello en paralelo a la conformación de corporaciones globales que no responden ante nadie (y, desde luego, no ante un Estado nacional concreto).

También cundió la idea de que cada vez más bienes y servicios debían ser asignados por el mercado, la obsesión por el dinero y la indiferencia por todo lo demás; que la máxima era crecer y crecer (ya luego vendría el goteo hacia abajo para los menos ricos). Que la competencia global y la automatización nos obligan al subempleo o a empleos a tiempo parcial.

Todo ello en gloriosa compañía de la sacralización, primero, de los servicios financieros (demasiado grandes para caer) y, después, una desconfianza generalizada: en los bancos, en las hipotecas, en los reguladores?

Y, en su compañía, la caída de los salarios (de los trabajadores estables y, sobre todo, de los nuevos) y de las condiciones del trabajo, la reducción de las coberturas del paro, la inseguridad permanente en el empleo y, por tanto, la obligada asunción de cualquier trabajo. Un círculo vicioso (menos empleo y más precario) que aún refuerza más la presunta carestía del Estado de bienestar.

Y fue así como paulatinamente sucedió que casi nada nos unía ya como comunidad, aunque a cambio nos arrollaran con redes sociales virtuales de Internet que invadían nuestra privacidad. Empezaron a proliferar las comunidades residenciales cerradas para los sectores sociales privilegiados (algunas con ascensores para limusinas). Y, a escala internacional, desde las llamadas guerras preventivas sin cobertura legal internacional alguna, al terrorismo global y a la inseguridad o al colapso ambiental.

Como hilo conductor de tales rasgos de nuestra mala herencia, merece la pena reiterarlo, se sitúan unos negociantes globales cada vez más ajenos a su ámbito social nacional. Porque para fabricar, vender, invertir, residir, pagar impuestos, etcétera, ya no se reconocen de forma principal en la dimensión nacional. Y es eso lo que provoca el fracaso y no viabilidad de lo colectivo (el Estado de bienestar) en compañía de la desindustrialización y la terciarización de nuestras economías.