«Estamos dando un espectáculo lamentable». Patxi López, dirigente socialista que fue lendakari entre el 2009 y el 2012 gracias al apoyo del PP, no se anduvo por las ramas, este jueves, al caracterizar en La Voz el conflicto que vive su partido. Nadie le quitará a López la razón.
Pero, además de lamentable, ese conflicto resulta algo más: inevitable. Y es que el arrancamoños que se vive en el PSOE es la lógica consecuencia de la increíble actitud de Pedro Sánchez, quien ha tratado de convertir su derrota clamorosa -la peor sufrida por el PSOE desde 1977, cuando saliendo de la clandestinidad obtuvo el 24,4 % de los votos y 103 escaños, frente al 22 % y 90 diputados del 20 de diciembre- en la rampa desde la que relanzar su carrera política, muerta, con ese resultado, antes de nacer.
Así, revelándose contra su solemne compromiso durante la campaña («No ganar las elecciones sería un fracaso»), el líder del PSOE se ha metido en una carrera enloquecida por salvar su pellejo, que pone en grave riesgo el futuro del país y el del PSOE.
A ese objetivo, egoísta e irresponsable, responden las dos estrategias que impulsa Sánchez tras su fiasco electoral: primera, retrasar el congreso socialista, al que pretende presentarse siendo presidente del Gobierno, posición que cree eliminará la posibilidad de que le surja cualquier competidor por el liderazgo; segunda, y como la otra cara de la misma moneda, buscar desesperadamente un pacto de todas las izquierdas que lo invista presidente, aunque sea al precio de conformar una mayoría delirante, a la que el PSOE tendría que hacer concesiones que desfigurarían su imagen para siempre y cuya duración será, previsiblemente, la de un caramelo a la puerta del colegio, aunque suficiente para destruir los avances hacia la salida de la crisis que se han conseguido en los dos últimos años gracias al esfuerzo de millones de personas.
Si Sánchez no estuviera obsesionado, hasta lo enfermizo, con su futuro personal, para lo que hay que tener una grandeza política de la que él carece en absoluto, reconocería lo evidente -que el resultado del PSOE el 20D ha sido tan desastroso que pretender gobernar con él es un quimera, además de una burla democrática- y optaría sucesivamente por las salidas que menos perjudicarían a España y al PSOE: explorar, primero, si existe espacio común para un Gobierno de amplia mayoría con el PP y con Ciudadanos que impulse ¡de una vez! el gran programa de reformas que España necesita; y, si ello fuera imposible, reconocer ya sin rodeos que no cabe más salida que repetir las elecciones.
Sánchez no se comportará de ese modo salvo que se lo imponga su partido. Pues a él le sucede lo que a un personaje de La saga de los Forsyte, la maravillosa novela de Galsworthy, «¿Cómo podía caer, cuando su alma aborrecía las circunstancias que hacen posible la caída? ¡Es imposible caerse del suelo!». ¡Pedro Sánchez en estado puro!