A ver si la fuerza me acompaña. Claro que es un negocio. Pero entretener es lo contrario a aburrir. Y, de la mano de algo que parece tan ligero como entretener, a veces, hasta uno se emociona. Y es muy sano. Así es que estoy contra algunos críticos de cine (cínicos y cítricos) que ponen a parir sagas como La guerra de las galaxias (agradecido pastiche y culebrón). Hay que reivindicar también la radiofónica y esencial saga de los Porretas. El cine es grande por estas sagas y no solo por El crepúsculo de los dioses. A ver si no me lío. Ahora se estrena la séptima. Las tres películas míticas de finales de los setenta y principios de los ochenta son, en realidad, la segunda parte de la historia. Luego vinieron las otras tres (para mí, de mejores efectos especiales, pero más endebles), que llegaron a finales de lo noventa y principios del siglo XXI, y que son, en la secuencia, el inicio de todo. Estamos, pues, ante el festival de la séptima. La disfrutarán, obvio, los fans. Y también los que se asomen por primera vez a una galaxia muy lejana. Las sagas nunca han hecho daño al cine. Al revés. No hay nada más triste que el patio de butacas vacío. No soy muy de la guerra de las galaxias. Ni de Parque Jurásico. Como tampoco de El señor de los anillos o El Hobbit. Pero, insisto, bienvenidas sean. Estos filmes no son lo que la comida rápida a la gastronomía. Prefiero Indiana Jones, aunque me sobró el hijo de Indiana. Es curioso que un actor tan inexpresivo como Harrison Ford sea clave (Han Solo e Indiana) en dos de las sagas más famosas. Es obvio que si quiero ver veinte veces una película sobre el futuro casi perfecta me pongo Blade runner (otra vez Harrison Ford, el cine es tan caprichoso como la vida). Pero a nadie le hace daño que distintas generaciones se enganchen al cine gracias a las espadas láser.