Una señora de Valladolid

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

16 dic 2015 . Actualizado a las 08:23 h.

Lo que me interesó del debate fue la señora de Valladolid, y después se lo explico. El resto ha sido más o menos previsible. Si Sánchez era el aspirante, tenía que salir a matar y a matar salió. Se lo exigía su militancia, harta de un liderazgo blandengue, y se lo pedía su competencia con Podemos, que le come electorado a bocados de tiburón.

En cuanto a Rajoy, si salía a defender su obra, tenía que esperar que se negara cualquier avance o mejora social. Y si esperaba un trance pacífico en el capítulo de la corrupción, se equivocaba: el Partido Popular es el primero en decir que la corrupción ha sido más dañina para su imagen que los recortes en Educación o Sanidad. Pedro Sánchez habrá sido bronco e injusto, pero no le quedaba más remedio que comportarse como un criminal político. Si se pasó de frenada, como le reprochó Pablo Iglesias, lo pagará en las urnas; pero tampoco podía quedarse corto. Todo previsible; incluso los matices.

Pero yo, insisto, me he quedado con la señora de Valladolid; una señora que le envió una carta a Pedro Sánchez, y el líder socialista la incorporó a su ideario electoral. ¡Toma del frasco, Rajoy! El testimonio de una señora de Valladolid, paisana de Soraya, contra todo el aparato estadístico del Estado que el presidente conoce tan bien: la riqueza creada, los beneficios de los pensionistas, los datos generales del bienestar? Un solo testimonio contra el trabajo de ministros, altos funcionarios, mecanismos de medición, seguimiento y control? ¿Qué rigor es ese para un hombre que aspira a gobernar?

Sin embargo, la carta de esa señora sí se convirtió en retrato de la España actual. Digo más: todo el debate cabe en esa carta y en la voluntad de enseñarla. Es lo que oímos todos los días: el ciudadano que oye lo de la prima de riesgo, pero quien está en riesgo sigue siendo él; el que escucha datos triunfales de la competitividad, pero él tiene que competir por llevar a casa un plato de comida; el que escucha datos de empleo, pero a él ni le responden a los currículos. Es decir, la España popular, individual, de las cartas de denuncia o la petición de ayuda, y la España oficial del informe feliz que el gobernante luce con legítimo orgullo de autor.

Sería tremendo para la ciencia estadística que un caso personal o local resultase más expresivo que la suma de miles o millones de casos que recogen y suman los informes oficiales. Sería tremendo para la ciencia política que un solo ejemplo consiguiese más votos que todos los ejemplos triunfales de la gestión de un gobierno. Sería tremendo todo, pero con una gran lección: políticos todos, no olvidéis nunca a una persona que tiene un problema; ella sola, bien utilizada, puede más que una campaña electoral.