La fechoría de Abengoa

Ernesto Sánchez Pombo
Ernesto S. Pombo EL REINO DE LA LLUVIA

OPINIÓN

28 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La joya de la corona, la empresa ejemplar, la referencia mundial de renovables, una de las imágenes de la marca España se nos ha venido abajo de la noche a la mañana. Y mientras nos preguntamos cómo es posible que los grandes gurús de nuestra economía y los avezados políticos de su consejo de administración no advirtieran que se avecinaba la mayor quiebra de la historia de España, nos cuentan que la deuda se aproxima a los 34.000 millones y que casi 29.000 trabajadores de todo el mundo se pueden ir los lunes al sol.

Abengoa es otro ejemplo más del oscurantismo empresarial español. Halagada por Obama y por toda nuestra clase política, estaba instalada en una huida hacia adelante que, por lo visto, nadie advirtió. Y por eso se llega a esta situación de destrozo a la que se le busca una urgente salida; salida que pasa, según algunas propuestas, por un rescate a imagen y semejanza del que ya hicimos con la banca y que tan buenos resultados aportó. Sobre todo a los banqueros.

El país se echa a temblar cada vez que se pronuncia la palabra rescate. Y no es para menos, porque las experiencias recientes nos indican que siempre son los bolsillos de los mismos los que apechugan con los desmanes. Por eso ¿qué quiere decir rescatar Abengoa con dinero público? Pues que vamos a tener que ir otra vez a la hucha de los ahorros. ¿Y qué vamos a recibir a cambio? Pues lo mismo que con las cajas. Nada.

Y, por último, ¿por qué vamos a rescatar Abengoa y no la empresiña de la esquina del señor Antonio? Pues porque el señor Antonio no tiene consejo de administración y en el de Abengoa están los Benjumea, Terceiro, Aza, Borrell, Rupérez y Solana; o lo que es lo mismo, los grandes sabios de la gestión empresarial y la economía del mundo mundial.

Al final puede que tengamos que echar una mano. Ya nos están adoctrinando en esta posibilidad, pero si lo hacemos, al menos que alguien se pase por Teixeiro. Aunque solo sea por lavar la cara de tamaña fechoría.