Marsellesa

Carlos Agulló Leal
Carlos Agulló EL CHAFLÁN

OPINIÓN

15 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

«Estoy atónita y harta de este fanatismo». La frase es de una mujer de mediana edad que partió en los primeros 70, con apenas diez años, de una pequeña ciudad gallega rumbo a un París que le ofrecía a su familia la prosperidad que aquí les era tan esquiva. «Yo soy París», escribe ella en su perfil de las redes sociales con pleno derecho de ciudadanía. Lo hacen también millones de personas en el mundo. En ocasiones, las frases agotadas en su significado por el abuso recobran validez. Porque «Yo soy París» es la expresión de la solidaridad con quienes han padecido el zarpazo de forma más directa, pero es además reflejo de una congoja producto de la experiencia personal. Cualquiera que en algún momento de su vida haya pasado por París habrá podido verse sentado en la terraza del bulevar sobre la que los terroristas abrieron fuego indiscriminado. Cualquiera en cualquier parte del mundo puede verse como una de las víctimas. Ese es el objetivo del ejército terrorista del ISIS: que la sangre derramada por su delirio nos salpique a todos. Y por eso la sentencia del presidente Holland: «Cuando los terroristas son capaces de cometer actos como estos deben saber que se enfrentan a una Francia muy determinada».

Porque la respuesta de Francia y del mundo democrático -también del musulmán ajeno y primera víctima del desvarío islamista- debe ser firme, pero unida, honesta e inteligente. No hay que llevar la memoria muy atrás para reconocer los errores y las nefastas consecuencias que han tenido las réplicas a otros ataques terroristas y que, en cierto modo, siguen siendo alimento para la hidra. La reacción lícitamente contundente que merecen actos como los del viernes en París debería evitar nuevas víctimas inocentes. Como los que murieron el viernes o como las miles de personas que huyen del terror y siguen llamando a las puertas de Europa.

Resulta sobrecogedora la escena en la que los seguidores de la selección francesa, atrapados durante horas en el estadio de Saint Denis, abandonan el campo de fútbol cantando la Marsellesa. De forma espontánea, los ciudadanos amenazados por el terror volvieron a echar mano de su mejor símbolo de resistencia y de conquista de la libertad. Lástima de un himno así para una patria universal, de una Marsellesa planetaria, esa música que, según Napoleón, podía ahorrarnos muchos cañones. La mujer que nació gallega y ahora es una parisina atónita escribe: «Liberté, égalité, fraternité. Qué pena que muchos aún no sepan el valor de estas palabras».