Tsipras, Mas y los votantes ilusos

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

22 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Tsipras ha ganado en Grecia y no sabemos por qué. Si es por su coherencia, no vale la explicación: no hubo nadie en la historia reciente que haya cambiado más veces y más profundamente de política. Y si es por cumplir los mandatos populares, es un ejemplo de todo lo contrario: convocó un referendo para no doblarse ante Bruselas, lo ganó y al día siguiente estaba haciendo lo contrario. Con lo cual, la conclusión algo burda es que ganó porque los ciudadanos griegos que votaron no encontraron nada mejor, porque la abstención de más del 40 por ciento no afectó a su partido y porque se cumplió un viejo principio: cuando se repiten elecciones, se repiten también los resultados.

Ahora lo interesante será saber cómo Tsipras administra su victoria. Es decir, cómo gobierna. Él dijo al celebrar su triunfo que «podemos continuar la partida que empezamos en enero» y sabe que no es verdad. La partida que empezó en enero hablaba de hacer frente a Europa y a la troika y de una política social que no tiene nada que ver con los recortes. La política que tiene que empezar a hacer ahora es la contraria. Para entendernos: se tiene que parecer mucho más a la que hizo el conservador Rajoy que a la propugnada por Tsipras en enero. Quizá por eso se abstuvieron tantos griegos: porque saben que da igual quién les gobierne, si quien les gobierne tiene que cumplir los compromisos con Bruselas. O eso, o los tambores del grexit.

Dos elecciones no tienen por qué parecerse en nada, sobre todo si son en países distintos. Pero Artur Mas y sus socios harían bien en mirarse en el espejo griego. En el de las primeras elecciones, porque si Tsipras provocó en enero una huida de capitales que precipitó el corralito, no es descartable el riesgo de que ocurra algo parecido en Cataluña, como advirtió ayer el gobernador del Banco de España. No es una amenaza; es la experiencia de lo que hace el dinero en las grandes turbulencias e incertidumbres políticas, y no hay nada más incierto que la ruptura de una nación.

Si el asomo de Grecia a la salida de la zona euro y de la propia Unión Europea provocó el pánico en los mercados y puso su prima de riesgo en niveles imposibles, sería bastante peor la salida automática de Cataluña, provocada por su independencia unilateral.

Y un detalle complementario: igual que la Cataluña soberanista identifica la independencia con la libertad política y con la entrada en su soñado paraíso económico, la Grecia de Tsipras interpreta la victoria de Syriza con el final de la austeridad. Lo decía un ciudadano en perfecto castellano al celebrar ese triunfo: «Nunca pensé que resultase tan fácil salir de la austeridad». ¡Qué desencanto espera a esa gente que se dejó engañar!